River tiene una actualidad revuelta, que viene desde mucho antes que la derrota del miércoles con Lanús.
Antes pasaron muchas cosas. La primera –allá lejos y hace tiempo– fue la venta de Falcao y los pocos pesos que le quedaron al club millonario. Vendió a su principal jugador y goleador y no recibió un resarcimiento económico acorde con ese cartel. El pase de Falcao es de River sólo en un 50 por ciento. De allí tuvo que pagarle una abultada deuda al jugador. La otra mitad se la repartieron la familia del delantero, el empresario Néstor Sívori y la escuela de fútbol Fair Play FC de Bogotá, donde Falcao dio sus primeros pasos.
Salió a buscar un sucesor y no encontró nada que calzara justo a su realidad financiera, pero la banda roja sigue siendo prestigiosa, pese a los desaguisados institucionales que se cometieron en su contra. Por eso a algunos mercaderes, todavía les da pingües ganancias poner un jugador en River. Entonces, comenzó un desfile de ignotos, impropio del club en el que brillaron, por ejemplo, Moreno, Pedernera, Alonso, Francescoli y Passarella.
Tuvo razón Ortega cuando dijo que hay chicos que hacen grandes sacrificios en las inferiores para llegar a Primera y que no es justo que traigan a cualquiera a probar al club.
Gorosito prefirió no escuchar y seguir esperando un delantero de área. Alguien le dijo que se arreglara con Fabbiani. Pero Fabbiani no es goleador. De hecho, un buen Fabbiani, el de Newell’s, hizo 5 goles en 14 partidos. Es poco para lo que necesita River.
El otro problema es que, ante la falta de plata, cualquier jugador es caro. En la última semana, un nombre y apellido circuló como posible “9 de área” para llegar al club. Es Pablo César Velázquez, un paraguayo grandote de 22 años que se inició en Libertad. Como no funcionó, se lo prestaron a Rubio Ñu, donde explotó. Fue el máximo goleador del Apertura de Paraguay con 16 goles en 20 partidos. En el Clausura lleva convertidos 2 goles en 3 juegos. Alguien pensó que podría hacerlos con la camiseta de River y, así, cotizarse aún más para saltar a Europa. Es lógico. Pero a River le pidieron 2 millones de dólares. Y por más bicicleta que haga el club es una fortuna para estos pagos y estos tiempos. Tal vez por eso, el jugador haya dado por terminada las negociaciones y dijo en su tierra que “hasta fin de año quiero quedarme en Rubio Ñu. Las negociaciones con River se frenaron”. A juzgar por lo que pasó en el partido con Lanús –y más allá de que Fabbiani haya metido un gol– Gorosito necesita un punta-punta, como aire para respirar.
En cambio, la CD pudo traer a un volante central, también paraguayo, cuyo antecedente más brillante es un golazo a Boca en la Bombonera jugando para Guaraní de Asunción. Se llama Miguel Angel Paniagua. Tiene potencia, va bien al ataque y recupera. River necesita esto. Contra Lanús, jugó Mateo Musacchio de volante central. El pibe es una de las mayores promesas de las inferiores riverplatenses, pero como marcador central. Ahumada está lesionado y Nico Domingo no convence a Gorosito. Domingo renovó su contrato pero así y todo, Pipo aprobó la llegada de Paniagua y la contratación de Matías Almeyda, por idea y sugerencia de Enzo Francescoli. El Pelado tiene 35 años y físicamente está hecho un roble. El inconveniente no es la edad ni el físico, sino el largo período de inactividad profesional que lleva. Jugó por última vez en mayo de 2005, para Quilmes en la Copa Libertadores. Es una contratación que se explica desde el afecto y desde la necesidad del Pelado de sentirse futbolista. Pero generó un problema puertas adentro. Domingo se les plantó a Gorosito y a la CD y les dijo que se quería ir. Evidentemente no lo quieren, porque en dos días, le trajeron a dos jugadores en su puesto. Tiene razón el pibe.
Contra Lanús, River tuvo su primer compromiso serio. Pipo armó un 4-2-3-1, esquema frecuente en Europa, pero acá todavía no. La primera lectura es que falta gente arriba, que el punta queda demasiado solo. Fabbiani necesita tirarse atrás para participar del armado o de una llegada conjunta. En el primer tiempo, Ortega le tiró un centro perfecto y llegó muy tarde, casi torpemente. En otro y por abajo, el Burrito lo dejó solo con el arquero, el Ogro tardó una eternidad y Caranta lo tapó fácilmente. Fabbiani pudo convertir cuando salió del área y cuando el ingreso de Gallardo le había dado a River cierta prolijidad en el traslado. Con el Muñeco en cancha,el equipo fue otra cosa. A tal punto, de que estaba para convertir el segundo cuando Lanús le empató en el primer tiro al arco que hizo en el complemento. Gorosito debió haber equilibrado al equipo en el medio. Tal vez, recurrir a Abelairas como doble cinco y armar dos líneas de cuatro era lo ideal. Con este sistema de definiciones –de que el gol de visitante se cuenta doble en caso de igualdad– convertir un gol de local es tan importante como que no te conviertan. Pipo no coincidió con esta observación y River terminó perdiendo un partido que debió haber ganado. No porque haya sido una maravilla, sino porque el segundo tiempo lo encaró con la determinación que requería el compromiso y la camiseta de River y fue muy superior a Lanús. Le faltó el famoso “9 de área”, casi indispensable para el esquema que decidió llevar a cabo.
Será difícil dar vuelta la historia. Le queda el recurso de repetir con mayor constancia el segundo tiempo y de recurrir a Gallardo de entrada. El Muñeco es pelota parada, criterio, circulación y media distancia. Ortega dio buenas señales; Buonanotte hizo un muy buen partido. Pero River perdió. Y en estos casos, lo que sale a la superficie son los problemas. Como ven, River tiene muchos.
Demasiados.