La esterilización forzada, sobre todo a mujeres indígenas, afroamericanas, con alguna enfermedad mental, fueron políticas de limpieza racial. A la cabeza, Hitler y Fujimori pero también en México, y la Unión soviética con los obreros deportados de Rumania. En los juicios de Núremberg, los nazis se excusaron diciendo que su inspiración había sido Estados Unidos. En China, nacer mujer puede ser una tragedia, mejor parir “al hombre de la casa” idea que quedó en el imaginario. Y qué más fuerte.
Siempre recuerdo a esa mujer embarazada de nueve meses que se lanzó por la ventana del hospital en China porque no la dejaron parir por cesárea, estigma allá. Desde la antigüedad las mujeres hacen como pueden para abortar, se presionan el abdomen, toman hierbas abortivas, agujas de tejer, paraguas, mangueras, biromes, inyecciones intrauterinas, sondas, objetos cortantes. ¿El aborto legal? no le gustaba a Pinochet. No fue tampoco del agrado de Ceausescu, que lo criminalizó. La asociación MILES denunció que solo nos queda la opción del “aborto accidental”, aborto Shoes, aunque eso no bajó la cantidad de niñas obligadas a parir hasta morir.
Una amiga me dijo que le dolía que fueran mujeres las que luchan para impedir el aborto legal. A mí no me asombra, no tengo una visión esencialista del género, Ilse Koch [esposa de Karl Koch, el comandante de los campos de concentración de Buchenwald y Majdanek entre 1937 y 1943, NdR] fue mujer también. Que se hayan infiltrado para hacer una falsa campaña verde, tampoco, es una guerra. Hay un abismo entre ser madre en Noruega o en Somalia, pero ese no es un único argumento, ni la pobreza, ni la enfermedad. Forzar a un ser humano a continuar con un embarazo, como forzarlo a ser estéril, es una depravación. Si tener un hijo deseado es tan violento, no puedo imaginar sin deseo.
En el siglo XIII definían la tortura como búsqueda de la verdad mediante el tormento. En el siglo XXI parece que se define la tortura como defensa de la vida.