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¿A quién se le pega?

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Rambo K. Colectiveros de la línea 620 del conurbano bonaerense golpean a su ministro de Seguridad. | NA

Duele ver la foto que ilustra esta columna, tantas veces repetida en todos los medios durante esta semana. Es un consuelo miope el de quienes desde la oposición se alegran del costo político que paga el Frente de Todos por la paliza que le dieron a su emblemático ministro de Seguridad. Lo mismo a aquellos del oficialismo que estando hartos de las críticas que Berni les hacía en su incontinencia verbal, gozan al ver que Berni por su exceso de protagonismo “se la buscó”. Aunque todos los argumentos anteriores sean ciertos, no le pegaron solo a Sergio Berni sino al Estado en su conjunto, representante de quien justamente debería tener el monopolio del uso de la fuerza. El Estado no es solo quien gobierna circunstancialmente sino también la oposición que lo sucederá y lo precedió.

La hipocresía clásica de lo ‘políticamente correcto’  se evidenció esta vez  en la repetida apelación a que la verdadera víctima era el colectivero asesinado para quitarle a Berni cualquier posibilidad de mínimo rol de víctima. Hasta la vicepresidenta quejándose del mal trato recibido por los colectiveros detenidos quizás por reminiscencia con su propio padre colectivero. Con el mayor respeto por el dolor de los familiares del colectivero Daniel Barrientos asesinado en La Matanza, todos los días entre dos y tres personas son asesinadas en el Conurbano y muchos de ellos generaron protestas y manifestaciones que se apagan a los pocos días. 

Harto con su doble acepción: frente a lo negativo que se repite como a lo lleno en exceso de falsedad

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Si este hecho quedará grabado en la retina colectiva es por el efecto simbólico que tienen ciudadanos hartos pegándole al ministro de Seguridad. Harto palabra de moda (como hace ocho años era crispado) con su doble acepción: reacción frente a lo negativo que se ha repetido demasiadas veces, y a la vez lleno en exceso de comida o bebida en este caso de falsa calidad. No fueron de-socupados, mal alimentados o “planeros” los que se rebelaron frente al infortunio de su pauperización, sino trabajadores en blanco con cuerpos bien alimentados los que sí pudieron testimoniar en el acto su descontento. Integrantes de lo que en Argentina se clasifica como clase media.

Hace años que se espera una eclosión social por descontento masivo que repita en alguna proporción el estallido de 2002. Cada diciembre crece la versión de que ésta vez sí se producirá el desborde siempre anunciado y nunca llegado. Durante la pandemia y  su salida varias voces advirtieron de la eminencia de alguna forma de estallido social, el intendente de José C. Paz Mario Ishii hizo propia la primera estrofa de la canción  que popularizó la Bersuit Vergarabat: “Se viene el estallido, Se viene el estallido”. Y más recientemente Juan Grabois pronosticó que terminará habiendo “sangre en las calles para que no siga habiendo hambre en la Argentina”. 

La no ocurrencia de los vaticinios se explica por efecto de los planes sociales que contienen a sectores que en 2002 estaban a la intemperie. Pero el desborde podrían producirlo personas de otra clase social: la clase media baja que ve reducir el poder de compra de sus ingresos además de ser la principal víctima de la inseguridad. Incluso en el 2002, el primer dínamo de la protesta social fue la clase media que se sintió estafada por la pérdida de sus ahorros en los bancos por el corralito. 

Media hora antes de la llegada de Sergio Berni a donde terminó siendo golpeado el ministro de Transporte de la provincia de Buenos Aires Jorge D’Onofrio dialogaba con los mismos colectiveros que luego agredieron a su colega. Qué se la tomaran con el ministro de Seguridad y no con el de Transporte, igual o más responsable por la protesta que realizaban, explica la trascendencia del hecho en si que terminaron teniendo los golpes que recibió Sergio Berni. Se le pegaba no al responsable de la inseguridad bonaerense sino a la inflación, a la pérdida del salario real, y al fracaso de Estado como artífice de soluciones de los problemas. 

Los golpes que recibió Berni en su cara son otra forma de expresión del mismo sentimiento que lleva muchos de los votantes de Javier Milei a preferir al más claro representante de la anti política. También una pérdida de respeto por los valores institucionales que representa la autoridad de los significantes del Estado. ¿Quienes votan por Milei piden menos Estado como sostiene el libertario o en realidad más Estado? En una columna de hace dos domingos en este diario el sociólogo Eduardo Fidanza ironizaba sobre que la propuesta de Milei ya triunfó en los hechos porque el Estado ya está prácticamente ausente en gran parte de los ámbitos de la vida cotidiana de los ciudadanos como, por ejemplo, frente a la inseguridad en parte del conurbano bonaerense.

Del se “tiene para ser” de Sartre a “la detener en simplemente parecer” de Debord en sociedad espectáculo

Se le pegaba también al relato, a la verborragia desinhibida de uno de sus mejores cultores, al discurso mediático en el que se trasforma la acción política vacía que anticipó ya en 1967 Guy Debord en su libro La sociedad del espectáculo donde escribió: “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación” y parafraseando a Jean Paul Sarte quien en El ser y nada decía que “se hace para tener y se tiene para ser”, se terminaba arribando a “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. 

El Rambo kirchnerista golpeado por colectiveros que no saben artes marciales y su único entrenamiento físico podría limitarse a la fuerza que usan en su trabajo es también un golpe a la representación histriónica en un país donde muchos imaginarios comienzan a dejar de cumplir su eficacia simbólica. Berni no es Berni, es lo que representa el personaje que no solo él creó sino también el espacio que integra y lo utiliza, los medios de comunicación que constituimos su vidriera, en síntesis, una distancia cada vez más insalvable con lo real.