COLUMNISTAS
circos

Abusos de la tele

La televisión no puede evitar inclinarse hacia lo grotesco. Quizá sea el electrodoméstico en sí, la cercanía de esas imágenes con nuestra vida cotidiana o los primeros planos de caras (porque dicen que la televisión es eso, básicamente, cabezas de gente hablando). Pero cuando trata el tema de abuso de menores se potencia lo grotesco hasta el infinito.

|

La televisión no puede evitar inclinarse hacia lo grotesco. Quizá sea el electrodoméstico en sí, la cercanía de esas imágenes con nuestra vida cotidiana o los primeros planos de caras (porque dicen que la televisión es eso, básicamente, cabezas de gente hablando). Pero cuando trata el tema de abuso de menores se potencia lo grotesco hasta el infinito. El morbo se exacerba, la indignación alimenta el show, se piden detalles, se incita al linchamiento, se protege la identidad de los menores entrevistándolos y exhibiéndolos, los llevan, los traen, los interrogan, los exponen de una manera que es casi otra forma de abuso de menores. También le dan cámara a los psicópatas para que nieguen rotundamente las acusaciones. Ahora el padre Grassi considera una vejación que le pidan que se saque la ropa para una pericia que verificará si su desnudez coincide con la descripción minuciosa que hicieron sus víctimas. Hace ya más de una década, con un estilo diametralmente opuesto, el Bambino Veira (devenido ahora una especie de stand-up comedian) casi se baja los pantalones en el programa de Neustadt para demostrar que él no usaba slip, contradiciendo lo que había declarado el menor que lo acusaba de abuso.

No sé si es el tratamiento que la televisión hace de esa información, pero es casi automática la forma en que se convierte en circo. Me acuerdo de uno de esos programas del mediodía seudoperiodísticos del fin del menemismo, donde iban travestis, vedettes, falsos luchadores de Titanes en el ring y gente ventilando sus causas penales. En el estudio estaban los padres de un jardín de infantes con los chicos, acusando por abuso a uno de los empleados del jardín. También estaba una de las escorts del caso Cóppola, cuando todavía se discutía quién le había puesto la droga en el famoso jarrón. Ella, queriendo reinsertarse en la tele, había grabado una canción que repetía el estribillo “quién me la puso”. Cantó la canción, y sacó a bailar de la mano a los niños del jardín. Así se fueron al corte, todos cantando y bailando. Y nadie dijo nada. Ni los padres. Quizá porque estaban en la tele.