Llegué al puerto desde Inglaterra y empecé a rodar por distintas canchas. Primero en las barriadas de los ferrocarriles, entre dos arcos hechos con montoncitos de ropa. Niños, jóvenes, todas las edades, corriendo conmigo, pasando de uno a otro, llegando al grito… Con solo tres letras, mi existencia se volvía perfecta. Tan redonda como la “o” por donde parecía pasar la felicidad.
Mi naturaleza es práctica: soy pelota si me hacen jugar. De goma, de trapo y hasta de papel; en los baldíos, colegios, plazas, y por supuesto, reina en los Clubes. Me fueron perfeccionando, vino la número 5 de cuero, cosida por artesanos con tientos, el hilo encerado, me puse más liviana y de colores vivos. Ocupé un lugar cada vez más importante, en canchas de fútbol mejoradas, con tribunas eufóricas y cantarinas. Todos siguiéndome con los ojos, como si el triunfo de sus días dependiera de mí. Llevo más de un siglo dejándome patear con gusto por el gusto que me da verlos patear. En ese golpe sacuden la vida entera, la niñez es para siempre, la alegría de jugar, instantánea.
Mi naturaleza es práctica: soy pelota si me hacen jugar. De goma, de trapo y hasta de papel
Redonda como la madre Tierra, siempre me prendo al disfrute. Sin embargo algunos abusan de mi circularidad. Acaricien un círculo y se volverá vicioso… Parece que también soy un negocio, tan grande como la felicidad que propicio. No quisiera que jueguen conmigo de esa manera. Ya me ocurrió en el 78 rodando a mi pesar en la cancha oscurecida de una época siniestra… Respeten la alegría, no ensucien la cancha. Mi asunto es mítico, mágico. Como dijo un gran artista, “la pelota no se mancha”. La única ganancia que vislumbro es la belleza de un pase, un tiro al arco, la perfección del gol, la exaltación de los que alguna vez me patearon de niños, convirtiéndome en el mejor de sus recuerdos.
Ahora me toca volver a la cancha, parece que será brasileña. Miseria, dolor, enfermedad y entretenimiento se mezclan en un mundo que ya no rueda como antes, o al menos se detuvo por un tiempo. A seguir entonces, ojala impoluta. Que gane el juego y no el negocio.