Soy tan antiguo como la guerra, por lo menos para los humanos. Se han peleado desde la prehistoria buscando mis beneficios: la luz en las noches, el calor si hace frío, ablando materiales, vuelvo cocido lo crudo… Pero también arraso si enfurezco convirtiendo mi entorno en cenizas. Aquello que fluía se vuelve efímero. No hay intención (privilegio de la lengua), lo mío es combustión, y asumo que me elevo cuanto más ardo. Mi expansión es infinita. No controlo mi apetito de lo inflamable, devoro iluminando. Soy fuego al fin, y desde el principio. El universo es mi hogar y aunque en la Tierra me cercenan, también entibio el desamparo.
Salvo furias naturales o malintencionadas, suelo estar en las casas; habitante azulino de las estufas, al calor del hogar me han convocado. Sí, he sentido allegarse a mis fuentes manos de todos los tamaños, buscando remedar el frío que las circunda. A veces me emociona la cercanía humana, percibo en la piel un anhelo intangible. Caricias no recibidas, tristezas de miradas heladas. Se distienden a mi lado, como si al menos del fuego supiesen que les adviene lo cálido. Los gatos también se acercan, pero es como si me celaran. Gozan de mis atributos térmicos, y luego se marchan en busca de otros placeres. Los gatos gozan de lo que se les antoja, los humanos son más limitados… ¡A causa de sí mismos! Hasta por mí se han peleado. Hay un libro fundante del género prehistórico del que soy protagonista: La guerra del fuego, escrito a principios del siglo XX por los hermanos Boex. En el primer capítulo, titulado “La muerte del fuego” una tribu se desconsuela por haberme perdido desconociendo el carácter chispeante de mi perpetuidad. Salen a buscarme peleándose con quienes supuestamente me poseen. Comienza entonces una guerra gutural. ¡Es tan difícil comprender lo que las personas quieren decir cuando se pelean! Hasta el propio Anthony Burgess, autor de la jerga nadsat en La naranja mecánica, tuvo que ingeniárselas para inventar una lengua cuando director de cine, Jean-Jacques Annaud realizó la película basada en La guerra del fuego.
Aprovecho para lamentar tantos libros que se han quemado abusando de mi participación sin que yo pudiera evitarlo; la memoria me arde recordando las páginas que devoré por culpa de hombres que no respetaron las ideas de los hombres. Solo un incendio rescato: el que sucede en el capítulo VI de Don Quijote, cuando el cura y el barbero, de la pira que arman con las novelas de caballerías, deciden salvar a los libros de poesía.
Pero en este invierno de tantas soledades, hay más gente que reclama la tibieza que propago. No en todas partes las estufas se encienden, en muchos hogares el frío ha ganado. ¿Qué guerra es ésa que no cesa? ¿Por qué siempre están los que no cuentan conmigo para calentarse las manos?