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balcones

El afuera del adentro

1-11-2020-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

Son buenos tiempos para los balcones. Ya no estamos solos la mayor parte del día, colgados de los edificios como párpados caídos. Somos el ambiente privilegiado de la cuarentena. No vienen solamente para regar una plantita o fijarse si hace frío. Por fin se acordaron de nosotros, cambiaron la baldosa suelta, trajeron macetas nuevas, se diversificaron los malvones, colgaron hamacas paraguayas o una pera de boxeo. Por suerte los versos de Baldomero ya no se cumplen: “si no aman las plantas no amarán el ave, no sabrán de música, de rimas, de amor. Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave… ¡Setenta balcones y ninguna flor!”

Estamos colmados de chucherías, juegos, libros de texto, luces nuevas. ¡Cuánta vida en los balcones! La gente se queda un buen rato, ganan tiempo sin pensar en cómo no perderlo. Apoyados en la baranda, descansan del noticiero, de las tristezas, se entregan al cielo. Las noches vienen bellas, como si acompañaran los desvelos. 

Es extraño como el invierno se aproxima suavemente, parece que supiera del calor humano tan necesario en estos tiempos. ¿Será por eso que algunos conversan de balcón a balcón como si recién se conocieran, luego de haberse cruzado tantas veces en el ascensor? ¡Hasta se han formado parejas que brindan, abismo de por medio,  por tan extraños encuentros!

Es emocionante esta vida nueva, aunque resulta de un mundo que parece haberse quedado quieto. En tiempo de Julieta, llegamos a célebres. De Shakespeare a los mariachis, vivimos del amor de los enamorados; ahora vivimos del amor de los solidarios. 

¿Será que nos toca hacer la revolución del afuera, dando lugar a atardeceres mansos o medianoches tiernas? 

Hoy más que nunca parece que los balcones llevamos la delantera. Aunque angostos, -los que no llegamos a balcón terraza- somos los actuales palcos del mundo. La gente se instala acomodando sus presencias que postergaron durante horas por asistencias virtuales. Agotados del zoom salen como fantasmas recobrando sus contornos;  estiran los brazos y las piernas, algunos respiran profundo, sobre todo si algún tilo anda soltando sus efluvios. 

Si bien ahora nos visitan a menudo, lo más sorprendente es cuando salen todos juntos. La mejor de las veces para aplaudir a los enfermeros, revitalizando el afecto colectivo. También cuando entonan canciones, que se trasladan de boca en boca de una cuadra a la otra…. Inolvidables las panderetas en Sicilia por la tarde, la Macarena en Nueva York o la opera entonada el segundo día de cuarentena en el barrio de Villa Crespo. Sin embargo, no todos están contentos, a veces salen golpeando cacerolas (éstas desconcertadas fuera de contexto, extrañando el guiso desterrado de sus adentros). Los golpes no parecen decir siempre lo mismo, aunque el estruendo del reclamo se asemeje. Sin duda superan al ruido de los aplausos. ¿Por qué la queja sonará más fuerte que el agradecimiento? 

La noche absorbe aplausos y reclamos, y los balcones recobramos la calma de los que duermen. 

Ojalá podamos ofrecer una salida a quienes tengan que quedarse, permaneciendo siempre adosados a los inmuebles. Que nunca nos ocurra lo de la viuda del balcón, del cuento increíble de Felisberto Hernández, donde un balcón enamorado se suicida, celoso de que la chica que amaba se hubiese ido a otra habitación. El balcón se tiró y ella supo entenderlo. Parece absurdo pero ¿acaso lo absurdo no forma parte de nuestra naturaleza?

Por eso aquí estamos los balcones, más firmes que nunca, dispuestos a esperar, sosteniendo  a los que se quieren ir antes de tiempo. A “cultivar el propio jardín” como sugería Voltaire, que también los balcones damos para eso. 

Pronto  llegará el momento de recobrar los rostros y las calles. Mientras, somos el viaje permitido, el posible, el del afuera adentro. Y del mismo modo en que Xavier de Maistre a fines del siglo XVIII realizó un viaje alrededor de su habitación (y una novela espléndida testimonia de ello), los balcones nos ofrecemos como naves fijas de las miradas inquietas.