Hacia fines de diciembre, un hábito extendido requiere que se haga un inventario del año. Este 2013 elegimos, con arbitraria discreción, comentar –en dos partes– algunos acontecimientos con repercusión en nuestra relación internacional, y que ocurrieron en países con los que la Argentina ha convivido y que, en el futuro, seguirán siendo objeto de insoslayable atención.
La segunda llegada a La Moneda de la doctora Michelle Bachelet es una buena noticia. Las democracias con un pie en el acelerador, como la nuestra, necesitan que las vecinas se modernicen sin generar sacudones sociales que hagan subir el termómetro regional. Chile es –como Uruguay– un vecino inmediato, y ha compartido –como Paraguay y Bolivia– tramos del sangriento proceso de nuestras independencias.
Ya se han hecho muchos comentarios sobre la disímil personalidad de las dos mujeres que aspiraban a la presidencia trasandina, sobre la amistad que unía a sus padres –ambos militares– y la desgarradora historia de uno, víctima de las torturas infligidas por los subordinados del otro, verdugos al servicio de Pinochet. No se ha discutido, en cambio, sobre las diferencias que separan nuestros sistemas de voto; los juicios a las Juntas Militares; las condenas ya pronunciadas por los tribunales federales contra los jefes militares y policiales torturadores y otros “desaparecedores”; asuntos todos que denotan diferencias sustanciales entre el ordenamiento jurídico y judicial chileno y el nuestro. Y sobre las muy importantes ataduras institucionales con el pinochetismo que sobreviven.
Es a partir de esas diferencias que se puede prefigurar algún contenido probable de la agenda de Bachelet.
Ciertos elementos para evaluar:
1. El Partido Comunista, integrante de la nueva mayoría ganadora, cosechó seis bancas. Integrar en un gabinete a dirigentes del Partido Socialista de Ricardo Lagos, la Democracia Cristiana, y la Izquierda Ciudadana de José Goñi, no ha de ser el desafío menor para la dos veces presidenta.
2. Al día siguiente de conocerse el resultado, la Casa Blanca hizo saber el renovado interés de Barack Obama en los avances de una negociación a nivel ministerial (hasta ahora conducida en secreto) en pos de la firma de una Asociación Transpacífica (TPP en inglés), con una fórmula “USA + 12”, incluyendo a México, Perú y Chile.
La presidenta electa dijo que las relaciones con la Argentina, Brasil y Uruguay serán prioritarias, y agregó que no hay para Chile una opción por el Pacífico abandonando el Atlántico. Ricardo Lagos sostuvo que Argentina y Chile deben vivir “espalda contra espalda” y “tener una sola voz”, ésta última una expresión feliz.
3. El pasado 11 de setiembre varios grupos políticos, “conmemoraron” el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende. Los partidarios de aquella regresión luctuosa aún tienen poder y representación. La anunciada reforma de la Constitución habrá de ser ardua.
Repasando la elección del domingo pasado advertimos que, si hiciéramos una comparación entre las candidaturas presidenciales de nuestro dos países, para equiparar la de Evelyn Matthei tendría que haber figurado en 2011 la hija de un miembro de la Juntas Militares de 1976–1982. Eso no ocurrió.
Chile es una democracia en constante modernización, con una sociedad muy ordenada, escalonada y muy poco proclive a dejarse deslumbrar por ampulosas y vacuas exhortaciones. Es también una república bien pertrechada, con hipótesis de conflicto nítidas y con un andamiaje de nexos e intercambios militares altamente eficiente. La relación de la Armada chilena con la del Reino Unido es de larga data y tiene continuidad. Lo mismo puede decirse de la relación de sus militares con las Fuerzas Armadas norteamericanas.
Para la Argentina, la vuelta de Bachelet no es una pócima curalotodo en la relación bilateral, pero significa que el empantanamiento de varios temas (someramente enunciados más arriba) puede sortearse para aumentar la calidad y cantidad de programas binacionales de metas concretas: túnel, ferrocarril transandino, minería; y de coincidencias políticas e institucionales –bilaterales y regionales– modernizadas.
En cuanto a Chile, la convicción de los dirigentes progresistas triunfantes en esta elección hacen verosímil la posibilidad de que se materialice otro abrazo de Maipú, esta vez para dar convicción a los programas citados.
Los Estados Unidos, por su parte, recordaron el 22 del mes de noviembre pasado, los 50 años del asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos fueron particularmente intensas entre 1958 y 1962 y los principales protagonistas de esa época fueron los presidentes Frondizi y Kennedy.
El 29 de marzo de 1962, con la ignominiosa expulsión del argentino por una patota de oficiales militares desorejados, se cerró una de las dos hojas de un díptico de coincidencias estratégicas entre ambos líderes y sus diplomacias. La otra la cerró en Dallas el balazo en el cráneo del 35º presidente de los Estados Unidos, el 22 de noviembre de 1963.
Aquellas coincidencias comenzaron a materializarse con la primera visita de un presidente argentino en ejercicio a los Estados Unidos, en enero de 1959, durante la cual Frondizi se dirigió a las dos cámaras del Congreso. En marzo del mismo año el presidente yanqui, Dwight Eisenhower, devolvió el gesto, viaje que culminó con la “Declaración de Bariloche”.
Así se empezó a dejar atrás los años de la Segunda Guerra Mundial, años de relaciones impetuosas de Washington con Buenos Aires, corporizadas por el embajador Spruille Braden y apoyadas por grupos de argentinos distinguidos. El predominio de esa tendencia pudo empezar a cambiar hacia los años 1953-1954, durante la segunda presidencia de Perón. El acuerdo entre éste y Frondizi, permitió el triunfo del líder radical en las elecciones de 1958 y garantizó la estabilidad de su gestión.
La presidencia de Kennedy, cuyas relaciones con América latina habían comenzado peor que mal con la fracasada invasión a Cuba (Bahía de los Cochinos, abril de 1961), fue compensada por el lanzamiento de su Alianza para el Progreso (marzo de 1961), iniciativa que para la época, y vista con el espejo retrovisor de la historia, resultaba imaginativa y positiva. Por su parte, nuestro presidente apoyó la propuesta norteamericana, pero se negó a expulsar a Cuba del sistema interamericano.
La posición argentina, compartida por Brasil, dio énfasis a la importante reunión de Uruguayana entre los presidentes Frondizi y Janio Quadros, en abril de 1961. Es decir que un presidente de los Estados Unidos dispuesto a cambiar el rumbo de una política exterior fuertemente influenciada por los límites de la visión de post guerra, encontró en América latina a dos líderes democráticos progresistas y republicanos con los que se podía iniciar otra forma de relacionarse.
Mirado hoy, para la Argentina el punto más alto de esa posibilidad de novación de nuestras relaciones con Estados Unidos quizás ocurrió entre 1961 y 1962, antes del obtuso derrocamiento del presidente argentino.
El 26 de setiembre de 1961, Kennedy y Frondizi se encontraron en Nueva York, ciudad a la que los dos habían viajado para asistir a la Asamblea General de las Naciones Unidas. En diciembre del mismo año, entre el 21 y el 24, Frondizi viajó nuevamente a Estados Unidos y se reunió más de cinco horas con Kennedy en la casa del norteamericano en Florida. Sin el intérprete del departamento de Estado y con la única presencia de un avezado diplomático argentino que lo suplió, los dos jefes de Estado repasaron los temas y planificaron acciones.
La reunión de Palm Beach (Florida) entre los dos presidentes ha sido relegada al desván de los especialistas y no ocupa mucho lugar en la memoria colectiva. Como podemos constatar a diario, lo mismo pasa con tantos otros momentos que debieran ser memorables y no lo son. La marea alta de lo fugaz anula cada vez más la memoria de hechos pasados generados por voluntades desplegadas por el ideal y la ilusión
(Continuará el próximo domingo).