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El Gobierno y los grandes medios, valga la redundancia, cubrieron el G20 con la estética de un mundial de fútbol.

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El Gobierno y los grandes medios, valga la redundancia, cubrieron el G20 con la estética de un mundial de fútbol. ¡Vamos vamos Argentina! Los cuartos de final los jugaron Macri y May, la semifinal Merkel y Putin, la final Trump y Xi Jinping. El propio Lombardi lo dejó claro: “Quiero que sepan que prácticamente 2 mil periodistas extranjeros se dieron cita en Buenos Aires. Es prácticamente un 50% más que en el otro evento internacional que tuvimos los argentinos, que era el Mundial 78”. ¡Tiren papelitos! Por supuesto que el acontecimiento de ese fin de semana no fue nuestra barra bullanguera, sino la asunción de López Obrador en México, tal como consignó el diario El País de Madrid –en su edición para América Latina– al otorgarle la portada completa (sin información sobre ningún otro tema) el domingo pasado. Por cierto, leyéndolo es fácil deducir que El País y todo el establishment mediático-financiero internacional ya están haciendo lo posible por limarlo, marcarle la cancha y, si es posible, voltearlo. Aquí, en una época, se creía que era imposible gobernar con el peronismo en contra: pronto aprendimos que en verdad es casi imposible gobernar con los mercados en contra (y que es casi imposible vivir dignamente con los mercados a favor). Veremos cómo van las cosas allá.

Entretanto, para mí, el acontecimiento de los últimos días fue la muerte de Tomás Maldonado (sobre quien Daniel Gigena escribió una muy buena necrológica en La Nación). Leí Ambiente humano e ideología y su libro sobre Max Bill a mediados de los 80, época en que se me había dado por leer textos que cruzaran semiología con estética, bajo el aura de ser director de la Escuela de Ulm (Ulm, ciencia y diseño me sigue pareciendo un ensayo notable en su dimensión programática). Poco a poco me fui distanciando de su ilusión de darle un matiz cientificista al racionalismo estético, y dejé de leerlo. Pero por poco tiempo: a fines de los 80, en una librería de viejos de la Avenida de Mayo, a dos cuadras de donde yo vivía entonces (y adonde pienso volver algún día), compré el único número de Arturo, revista en la que también participaron Edgar Bailey y Carmelo Arden Quin, entre otros. Dicho de otro modo: el descubrimiento de los grupos Arte Concreto-Invención (que integraba Maldonado) y Madí (que integraba Arden Quin), escisión en dos líneas sobre un mismo horizonte de preocupaciones, cambió para siempre mi forma de comprender la historia del arte argentino. Sigo creyendo que esos dos grupos alcanzaron un punto de autoconciencia estética, innovación formal y rigor intelectual pocas veces repetido entre nosotros. Pasemos ahora a la sección chismes. En septiembre de 2004 me invitaron a una reunión en la que iba a participar Inge Feltrinelli –quien también murió hace poco–, viuda de Giangiacomo Feltrinelli, es decir heredera de ese grupo editorial, ella misma gran editora. Y sobre todo, pareja de años de Madonado. Poco interesado en esos eventos, no obstante concurrí solo para conocerlo. Pero no fue. Así que me acerqué a Feltrinelli y comencé a preguntarle cosas sobre Maldonado. Al principio, ella lo tomó con entusiasmo e interés. Pero luego le debo haber parecido pesado o algo así, y cambió de tema de conversación y pronto también de interlocutor. Yo seguí pensando en las obras de Maldonado hasta hoy.