La i griega no se llamará más i griega. Se llamará ye.
Lo bueno de las noticias es cuando no son noticia alguna. Enterarse de cosas así tranquiliza bastante. Sin embargo, ¿por qué tantas discusiones sobre algo que –según los propios discutidores– es irrelevante?
Objetar ante la Real Academia Española (en concubinato con las academias latinoamericanas, que le dictan suaves fonemas en ibéricos oídos) es tan apasionante como estéril, como discutir de fútbol, o hablar del clima.
La pérdida del estatuto de letras de la che y de la elle (que acá seguimos pronunciando “elie” y no “eshe”) obligará al menos a reimprimir los diccionarios en un orden más mundano. Las lenguas naturales son así, y sus mutaciones permitidas (que suelen ser gráficas y administrativas, más que de sentido) no traen cola.
En cambio, en las lenguas artificiales (como en el esperanto, o la política) se necesita de congresos, de votaciones, de democracias para ver si un cambio es correcto.
Hace unos años se cambió un sufijo en esperanto. Las naciones se hacían agregando “-ujo” al gentilicio: Argentinujo, Hispanujo, Germanujo. Pero “ujo” quiere decir “lo que contiene”. “Hispanujo” era entonces “lo que contiene a los españoles”. Vascos y catalanes esperantoparlantes exigieron que España los contuviera pero por favor sin llamarlos españoles. Así que “-ujo” se consideró ofensivísimo, y ahora se dice “Hispanio”, donde “-io” no quiere decir nada, apenas eso: “país”. Nada.
El cuco de la Academia (¿imperialista, real y maniquea?) es apenas eso: un cuco. Recogen con criterio lo que va pasándole al lenguaje. Por eso las noticias llegan cuando ya no lo son. La i griega se llama ye desde que jugábamos al tutti fruti en segundo grado. Al menos por acá.