La última vez que nos vimos fue también la primera. Ambos supimos que nos quedaba poco tiempo pero no dijimos nada. Yo ignoraba que Esteban Righi era poco afecto a las entrevistas. La reunión la armó Marcelo Larraquy, que lo conocía por sus libros sobre la década del 70. Le expliqué lo que me proponía: escribir una película sobre un día en particular de su vida, el 25 de mayo de 1973, cuando en plena asunción de Cámpora él debió pasar la noche en el Ministerio del Interior tratando de armar un indulto presidencial mientras los presos políticos abandonaban Devoto en medio de una confusión protocolar más digna de una comedia que de un drama. Le dije la verdad: “Voy a escribir una comedia sobre usted, Bebe, y espero que coincida con la realidad”. Me miró de frente, sonrió despacio y me lo contó todo. Fue mucho más generoso que yo, que esperaba poder manipular el relato para que apareciera una historia.
No hizo falta: los episodios de ese día –habría de concluir luego– son suficientes para ocho temporadas. No sé si el género es estrictamente la comedia. Pero qué importa el género si vivimos en la misma Argentina de siempre, imaginaria. No estoy acostumbrado a hablar con mis personajes. Mi intuición sobre Righi era errática; mi conocimiento de la época, billikenesco y mis certezas literarias, nulas. Pero salí de esa entrevista con una película gozosa en mente. Una película que ya está en marcha.
Los obituarios de esta semana no le hacen justicia. La pelea con Boudou, su renuncia a la Procuración, las maniobras políticas y mediáticas del caso son todos asuntos que ocuparon el espacio que debería tener, por ejemplo, su discurso frente a la policía como ministro del Interior: “La Policía tendrá la obligación de no reprimir los justos reclamos del pueblo. De respetar a todos sus conciudadanos, en cualquier ocasión y circunstancia. De considerar inocente a todo ciudadano mientras no se demuestre lo contrario. De comportarse con humanidad, inclusive frente al culpable. Las reglas del juego han cambiado. Ningún atropello será consentido. Ninguna vejación a un ser humano quedará sin castigo. El pueblo ya no es el enemigo, sino el gran protagonista”.
Righi, el ministro del Interior más joven de la historia, estuvo en su cargo 49 días. Tenía un plan de gobierno y una ética. El y su familia pagaron la osadía con 21 años de exilio en México. Todo fue muy vertiginoso; no logré volver a verlo para mostrarle el guion, para decirle: “Bebe, así será usted”. Tengo una tristísima sensación de desamparo. Quizá me haya narrado detalles de su vida que nadie más que yo conoce ahora. ¿Cargaré con la responsabilidad sin traicionarlo? Narrar una vida es siempre una forma de traición. Una traición de afecto y de empatía.
No suelo hablar con mis personajes. Y es la primera vez que uno se me muere entre las manos. Adiós, Bebe. Nos veremos pronto, hecho apenas luz.