Hace tiempo que el procesamiento del vicepresidente era una consecuencia cantada de la investigación que viene llevando adelante el juez Lijo.
Que se la previera tal vez con menos apuro no hace mayor diferencia. E incluso era discutible que una mayor espera hubiera servido al Gobierno: al menos ahora podrá dejar a la vista lo difícil que será pasar de la fundada sospecha a una condena, y mientras tanto tal vez tomarse el tiempo suficiente para amortiguar los costos políticos resultantes del escándalo. Todavía está en condiciones de imponerle a Boudou un retiro deshonroso, diciendo que lo sostuvo mientras pudo, y rezando para que la gente se olvide del papelón de haber corrido jueces, fiscales y hasta un procurador sólo para intentar salvarlo. Y mientras tanto asegurarse de que la investigación se enfoque en la red de amigotes del marplatense, sin comprometer al resto del Gobierno, sobre todo a los Kirchner.
Como sea, el caso Boudou no es sólo el proceso judicial en sí, sino su contexto. Y cuando así lo consideramos se entiende su potencia destructiva para el oficialismo, y la razón por la que haga lo que haga al respecto, él prueba que el kirchnerismo ya fracasó en sus objetivos más básicos y no podrá evitar que su legado se consuma en un orden político e institucional que, tras soportar durante años su prepotencia y abusos, está empeñado en disiparlo como un mal sueño y afortunadamente tiene buenas chances de lograrlo.
No es casual que el kirchnerismo, que ha sido el proyecto de gobierno más duradero en muchas décadas, y llegó a acumular un poder inédito en las últimas tres de democracia en Argentina, termine acorralado por jueces de adentro y de afuera, impotente para defender siquiera a sus funcionarios más encumbrados, y sumido en la deshonra de tener que justificar las mentiras y los delitos más alevosos. Tampoco es casual que al kirchnerismo le estén cayendo todas las fichas juntas, y aunque se empecine en encarar su ocaso como una apenas transitoria y casual suma de dificultades, que no invalidaría los logros y las supuestas virtudes del “proyecto nacional y popular”, el destino le esté cobrando la muy favorable fortuna de la que disfrutó y abusó durante tanto tiempo.
El caso Boudou no sólo es sintomático por lo que muestra de las formas que adoptó la corrupción y los manejos y desmanejos en el Poder Judicial en estos años, sino por la falta de criterio profesional que guió la selección de personal político y la renuencia a corregir errores a tiempo. Boudou abusó de su suerte y del poder que la sociedad le confió. Pero mucho peor es que el kirchnerismo lo haya hecho durante años con completa indiferencia de los problemas que se acumulaban. Y que creyera que se podrían por siempre barrer bajo la alfombra las consecuencias. Es gracias a esa combinación de irresponsabilidad y autoconfianza que Boudou en particular, y todo su gobierno más en general, terminan prestando una ocasión para demostrar en la práctica una muy básica máxima republicana: no hay poder que dure por siempre, y por eso a los poderosos les conviene respetar las leyes, porque tienen que pensar en cómo van a ser las cosas cuando su poder se disipe, cuando las cosas se les vuelvan en contra, porque correrán el riesgo de que todo el daño que hayan hecho les sea retribuido. No hay muchos ejemplos de ello en nuestra historia reciente, lamentablemente. Que Boudou se esté prestando muy a su pesar a brindarnos uno hay que celebrarlo
*Politólogo.