COLUMNISTAS

Análisis contrafáctico y pobreza conceptual

Hay personas que se enorgullecen de situaciones que a otros los avergonzarían, y exhiben aquello que los demás disimularían. No sólo las vedettes, que con sus peleas elevan el ráting de los programas de chismes de la TV de la tarde, son capaces de herirse a sí mismas con tal de golpear a su eventual contrincante –técnica disculpable entre quienes tienen poco que perder–, sino también algunos políticos quizá confundidos con el carácter espectacular y teatral de cierta política.

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Vocero del pensamiento de Néstor Kirchner. El ministro Randazzo, textual intérprete del ex presidente.

Hay personas que se enorgullecen de situaciones que a otros los avergonzarían, y exhiben aquello que los demás disimularían. No sólo las vedettes, que con sus peleas elevan el ráting de los programas de chismes de la TV de la tarde, son capaces de herirse a sí mismas con tal de golpear a su eventual contrincante –técnica disculpable entre quienes tienen poco que perder–, sino también algunos políticos quizá confundidos con el carácter espectacular y teatral de cierta política.
El cargo de ministro del Interior, tanto el de Néstor como el de Cristina Kirchner, parece signado para ser ocupado por personalidades dispuestas a ensuciarse con el lodo que enchastra a terceros. Juego sucio que no sólo refleja la disposición “todo terreno” de estos funcionarios, sino el carácter de sus jefes.
Aníbal Fernández tenía naturalmente dotes circenses, y no así el gestualmente parco Florencio Randazzo, cuyas intervenciones son igualmente filosas. Fue Randazzo el encargado de salir en nombre del Gobierno a regodearse haciendo notar que con los precios actuales de la soja el campo cobraría 500 millones de dólares más por sus exportaciones si se hubieran aprobado las retenciones móviles. “El voto de Cobos no fue tan positivo para el campo”, agregó con sorna.
A pesar de ser Randazzo quien más veces ha cortado caras de críticos del Gobierno, su papel no parece ser el de actor principal, sino el de vocero del ex presidente, y la pobreza conceptual de su interpretación sobre la caída del precio de la soja reflejaría la de su jefe.
Si el Gobierno dice que por Cobos el agro perdió 500 millones de dólares, entonces por Cobos el Estado ganó esos 500 millones. No sólo el campo y su “salvador”, Cobos, estaban equivocados, sino que también el Gobierno se habría equivocado. De haberse aprobado la 125, los hospitales y las escuelas que se iban a realizar con esos fondos hubieran quedado a medio construir ahora que la soja bajó. Si el principio de equidad estaba amenazado por ganancias extraordinarias de tal magnitud que justificaban la intervención del Estado, no podrían ser tan frágiles para desaparecer antes de que se terminara de exportar toda la cosecha. Y si el campo y sus dirigentes hicieron un escándalo por nada, durante más de cien días el Gobierno llevó a la sociedad a una confrontación histórica y estéril, también por nada.
Nadie hubiera podido prever que la soja que en marzo costaba 552 dólares por tonelada y superó los 600 durante el conflicto, valdría hoy casi la mitad: 318 dólares. Ni los productores agrarios ni el Gobierno. Pero lo ridículo es que si bien eso justifica lo iniciado por ambos hace siete meses, disculpa menos a quien esgrime el argumento contrafáctico, porque el Gobierno, por su esperable superioridad, debería ser el prudente y, como un juez, ante la duda, autolimitarse.
Pero si es reprochable haber actuado en falso, demostrando falta de moderación, atributo más exigible a quien más poder tiene, más aún es que el Gobierno utilice un argumento contrafáctico conceptualmente perjudicial para sí mismo y, además, repita idéntico error día tras día, demostrando la pobreza intelectual con que cuenta y el crónico cortoplacismo de su visión.
Hace tres semanas, la Presidenta les dijo a los norteamericanos en Nueva York: “Los que necesitan un Plan B son ustedes, nuestro Plan A funciona”, para luego tener que instrumentar un paquete de crisis que limite los despidos y las suspensiones de personal, entre otras muchas medidas.
Antes de ayer, la Presidenta dijo que “si hubiéramos enfriado la economía (hoy) el país sería un glaciar”, cuando, en lugar de crecer a más del 8% en 2007 y más del 7% en lo que va de 2008 para pasar al 1% o 2% en 2009, como se prevé, hubiera sido más lógico “cebar” menos la economía en el pasado reciente y haber creado un fondo anticrisis para, ahora que se enfría sola, sí cebarla y compensar.
Tiene razón la Presidenta cuando dice que la economía no tiene un termostato que, con un botón, programa un crecimiento de 5% todos los años, en lugar de dos años a 8% y otro a 1%. Pero el país se hubiera ahorrado años de una inflación superior al 20% y las tensiones de una desaceleración brusca si la política del Gobierno hubiera sido más previsora y contracíclica.
El kirchnerismo podría justificar su excesivo optimismo, porque así como nadie podía prever una caída tan drástica en el precio de la soja en pocos meses, tampoco nadie hubiera imaginado el año pasado una crisis económica de la envergadura que hoy padece el mundo, a pesar de las señales que ya se percibían. Pero en lugar de aceptar la humana falibilidad que les cabe aún a los más preclaros, el Gobierno apela una y otra vez a una maniquea revisión contrafáctica que lo único que hace es poner el dedo en su propia llaga, agrandando los problemas en lugar de apaciguarlos.
La pulsión por tergiversar el pasado para justificar su legitimidad en el presente, síntoma recurrente en el kirchnerismo, pudo haber dado algún resultado en los primeros años de Néstor Kirchner, cuando la gente aún no había descubierto la táctica. Hoy este método está desgastado y resulta inverosímil, como ante el abuso de las Madres de Plaza de Mayo, o directamente es un boomerang, como está sucediendo con la reapertura del juicio por el asesinato de Rucci, que podría derivar en la condena de montoneros por delitos de lesa humanidad gracias a las pruebas aportadas por el libro Operación Traviata, del editor jefe de PERFIL Ceferino Reato.