El viernes pasó algo tan curioso como alarmante. En una punta de la Plaza de Mayo, los empleados de la Casa Rosada faltaron al trabajo en cumplimiento del “asueto sanitario” indicado por el Gobierno nacional para ampliar las prevenciones contra la gripe A. En el rincón opuesto, los empleados del Palacio Municipal, también potenciales víctimas y factores de contagio del mismo virus, cumplieron sus labores normalmente. El mismo cuadro esquizoide se reprodujo a gran escala de un lado y del otro de la General Paz, esa frontera que conecta más de lo que divide a los 14 millones de bípedos que poblamos el Area Metropolitana, ya que Daniel Scioli se alineó, naturalmente, con Balcarce 50.
Hasta entonces, todas las medidas de emergencia habían sido consensuadas entre los ministros de Salud de la Capital, la Provincia y la Nación, incluida la extensión del receso escolar. Apenas unas cuantas intendencias del GBA y el interior del país habían decidido cortarse solas, rindiéndose ante la creciente paranoia y desconfiando de las indicaciones de arriba.
Habría que ser un sanitarista experto para darle la razón al ministro porteño, Jorge Lemus, o a sus colegas Juan Manzur (nacional) y Claudio Zinn (bonaerense) sobre lo apropiado o no de bajar las persianas de la administración pública. Pero sólo hace falta tener dos dedos de frente para advertir que desde el poder se le siguen enviando señales muy confusas a la población. En el medio de este verdadero disparate, la Presidenta de la Nación nos exigió a los periodistas que seamos responsables en el manejo de la información, cuando ella misma (porque ella es la máxima autoridad, ¿o no?) postergó la declaración de la emergencia sanitaria para no generar un mal clima preelectoral, se quedó sin una ministra (Graciela Ocaña) de quien podrá cuestionársele cualquier cosa menos su honestidad, y retó en público al reemplazante Manzur por difundir cifras de contagiados y de muertos que incomodan al desgastado poder.
Para Mauricio Macri, el impuesto fin de semana largo por parte de la administración central tuvo más razones sindicales que de salud pública. Fue una especie de San Perón profiláctico, originado en un populismo colectivista que, de seguir así, “a mediano plazo generará costos sociales y más recesión”. Dijo Lemus: “Mejor que las medidas colectivas, es el autoaislamiento”. Es decir, la decisión de cada individuo. Ahora bien: si las cosas no han llegado al punto de parar el país y con la responsabilidad de cada uno alcanza, ¿por qué la Dirección de Cementerios porteña ordenó cremar los cuerpos de los muertos por la gripe A y ninguna otra jurisdicción sugirió tal medida extrema?
Desde la vereda de enfrente, difundieron la idea de que “a Macri sólo le interesan las cuentas”, con lo cual volvieron a ubicarlo en el lugar que más cómodo le ha quedado sin necesidad de mover un dedo: el de más claro exponente de la derecha y el capitalismo a ultranza. O sea, el de enemigo por excelencia del matrimonio Kirchner.
Habrá quienes estén dispuestos a darles la razón a unos o a otros. Antes de hacerlo, sin embargo, debería tenerse en cuenta que la campaña electoral terminó y que hay un solo virus y un solo Tamiflu. Ninguno de los dos es de derecha ni de izquierda. Tampoco lo es en el mundo ningún sistema sanitario serio. Tanto en Cuba como en los Estados Unidos, la salud es coordinada desde el Estado, hay lugar para las lógicas de mercado y nada es posible sin el proceder consciente de la población. En el sur conservador estadounidense, los estudiantes de cualquier disciplina médica deben hacer trabajos voluntarios una vez a la semana y la mayoría elige hacerlos en los hospitales públicos. En Cuba, los avances en oftalmología o traumatología dieron lugar a un muy rentable turismo sanitario.
Aquí no importan nada las necesidades políticas de Cristina ni las de Macri. Menos aún sus ideologías. Hay circunstancias en las que preocuparse por ser tan diferente se parece más al marketing que a la política. A la frivolidad que a la responsabilidad. Hay momentos en los que ser el mejor depende de algo tan aburrido como ser igual. Y empecinarse en no serlo fomenta nada más que una enfermiza anarquía.
De qué diálogo estamos hablando
La oposición le exigió al oficialismo que lea bien el mensaje de las urnas, que baje un cambio y que convoque al diálogo. Y la Presidenta eligió el Día de la Independencia para mostrarse dispuesta a conversar con todos los sectores, sólo cuidándose de que el bienvenido gesto no fuera interpretado como una claudicación. Desde más de un mes atrás, el Comité de Crisis armado para controlar la pandemia de gripe porcina había dado señales de que, sin importar las banderías ni las candidaturas aún en disputa, era posible que gente de distintas filosofías e intereses políticos se parara sobre ellos para poner el foco en el bien común. Lo llamativo es que los primeros desencuentros se produjeron tras las elecciones, mientras de un lado se exigía diálogo a los gritos y del otro finalmente se lo prometía con novedosos susurros. Así, el combate contra el inquietante virus se vio contaminado por presuntas diferencias ideológicas, en las cuales la salud pública parecería no ocupar el primer renglón. Tienen razón los políticos: el periodismo debe informar bien. Pero qué difícil es hacerlo cuando los que saben se enroscan en las pequeñeces.