COLUMNISTAS
semana 17

Ante los Fabuleros K surge la esperanza del 'país' paralelo

El escritor y periodista trae a Perfil.com su reflexión semanal. "Un prepotente venido del frío secuestró a la presidenta y viola a la presidencia", señala.

default
default | Cedoc

Cada año cae sobre el mundo la misma cantidad de lluvia. Cae bastante en Bonn, en Tucumán, en Delhi. Escasamente en Samarkanda. Casi nunca en Marrakesh. Que esa cuantificada lluvia caiga tan poco en ciertos sitios es un capricho de los dioses y cada cual se lo banca a su manera. Dándose a la oración, sacrificando un cabrito o regando por aspersión o por goteo.

Nadie reclama porque no crezca un plátano en Islandia o una orquídea en Potosí. Es lo absoluto sin remedio. Esto lo tienen claro el brujo de Uganda, la lumbrera de Berkeley, usted, yo. Más difícil resulta entender porque hay hijos y entenados a la hora de distribuir los beneficios del emporio Tierra. O de su filial Argentina. Al igual que la lluvia, el odre de la riqueza mundial no se derrama equitativo. Y aquí no hay intervención de los dioses sino de seres casi como uno.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Resulta sospechoso que desde Espartaco hasta aquí se haya avanzado tanto en la cría de gusanos de seda, en la aplicación del láser o en curar cascos de jirafas heridas y siga sin aplicarse el gozo global de los frutos de la Tierra. ¿O acaso es más fácil pisar la Luna, romper el átomo y recobrar el Titanic, que hacer que unos panes y unos peces alcancen su multiplicación y lleguen por fin a pan y a pez per cápita?

Tanto en el mundo como en casa gran batifondo habemus. Al país lo conducen la realidad, luego Nadie, y recién después los Fabuleros K. Los días pasan y se pierden en urdimbres mafiosas, mentiras piadosas y pifiadas a granel. No hay producción de sucesos o acciones. Sólo ruido de fondo. Goles. Tiros. Gritos. No voces. Ecos. Batifondo. La capital del país es el exterior de un interior que no cuenta. 37 millones deambulan de la nada a la nada sin sentir que tienen una nación que los ampare.

Hay leyes pero no hay ley. La Constitución vegeta en vitrina de museo. El Código Civil es justicia ficción. Un prepotente venido del frío secuestró a la presidenta y viola a la presidencia. La ministra de Salud no es médica. El Capitanich del Chaco se sube por las paredes porque su matrimonio puede hacer público su patrimonio. Mil tipos (no más) disponen a capricho de la repartija electoral de naipes marcados. Batifondo fenomenal.

Nadie entiende nada. Ni a nadie parece importar demasiado. La esperanza (pobrecita) consuela a los más frágiles. Buscan apoyo en santos tales y cuales. O en “un amigo que tengo”. O se dejan sorber el seso en templos chantas inmensos como shoppings. Mientras se bate fuerte el parche de unas elecciones que nadie entiende (porque no se entienden) el surrealismo se instala como forma de vida colectiva.

Y ante el sálvese quien pueda (y como pueda) la desesperación, y la deslumbrante creatividad del “país” paralelo, dan lugar a ilusiones y soluciones de apuro que suspenden el juicio. Esta semana en el hospital de Marcos Paz al familiar de un cardíaco grave le dijeron que el marcapasos salvador demoraría semanas o meses. El pariente respondió “Yo me ocupo”. Horas después regresó con uno usado (nuevo cuesta 20.000) que compró en 3.000 pesos. “Me lo consiguió un colectivero”, comentó (sic) Europa habrá dado a Wittgestein, pero minga va a tener colectiveros de este genio.

(*) Especial para Perfil.com