COLUMNISTAS

Antes de celebrar

default
default | Cedoc

Ante todo, esta columna comenzará con un acto de sinceramiento de la autora: a sabiendas de que saldrá publicada una vez conocido el ganador de la contienda electoral, comenzó a ser escrita unos días antes. Esta curiosidad –poder escribir antes sobre un resultado que se conocerá después–, fue posible porque los dos candidatos compartieron un estratégico silencio.
Temiendo un discurso piantavotos, ninguno de ellos se jugó por la principal preocupación de la población, según registraron todas las encuestas de los últimos años: la inseguridad ciudadana. Traducido en lo indecible, se trata de la violencia en sus rostros más aberrantes: las violaciones, los homicidios, las ejecuciones viales. Muertes. Muertes. Muertes. Durante la era K, sin el control de la división de poderes y con una justicia colonizada por una doctrina penal abolicionista, los programas sociales no lograron revertir ni la pobreza estructural ni mejoraron los índices de escolaridad de amplios sectores de la población que son el caldo de cultivo del delito.

Incorporar en las campañas electorales el tema de la inseguridad era un riesgo que los dos candidatos soslayaron por igual. Como resumía PERFIL en la edición de este sábado, las definiciones de los presidenciables frente a la inseguridad ratificaron el divorcio entre la ciudadanía y los candidatos.
Macri planteó “diseñar un Sistema Nacional de Inteligencia moderno, democrático y operativo”. Y propuso declarar la “emergencia” en seguridad y “reformular el Sistema de Seguridad Interior y crear la Agencia Nacional contra el Crimen Organizado”. Por su parte, el  más “policías en las calles” sciolista no reparaba que ese lema de campaña implicaba más uniformados en las calles no capacitados para manejar armas.
Ese reduccionismo securitario de una retórica tan políticamente correcta como irresolutiva exhibió una omisión que es un síntoma: de los cuatro bloques del debate entre los candidatos presidenciales, el dedicado a Seguridad y Derechos humanos –un oxímoron, puesto que la seguridad alude coloquialmente a quienes viven enrejados en sus casas, y los Derechos humanos a quienes delinquieron y presuntamente sufren violencia institucional–, fue el más breve y se concentró en el narcotráfico, la nueva estrella del delito.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Por ser un crimen organizado de índole trasnacional, el narcotráfico parece eximir de responsabilidad directa a los funcionarios y a la dirigencia política, porque al fin de cuentas, en el imaginario que se pretende imponer, la droga es un mal que presuntamente nos viene de afuera y es ingobernable. Pero la gran ventaja de pavonearse con el combate al crimen organizado es que se vale de un lenguaje tan grandilocuente como autoexculpatorio que enmascara y no da respuesta al principal problema asociado a la inseguridad: la impunidad. Esa misma impunidad que dejó sin respuesta al magnicidio de Nisman como deja sin respuesta a las miles de muertes invisibilizadas de los segmentos más vulnerables de la sociedad.
En este escenario, la enorme mayoría de los ciudadanos de a pie celebraremos el fin de la prepotencia de la democracia autoritaria.
Celebraremos un Presidente que no prometa tanto sino que transforme la palabra en acción.
Celebraremos un Presidente que sustituya progresivamente los planes por fuentes de trabajo genuinas.

Celebraremos un Presidente que combata todas las modalidades de la corrupción: no sólo los delitos de cuello blanco, sino también los delitos que acabaron con vidas valiosas.
Celebraremos un Presidente que respete la independencia del Poder Judicial avasallado durante la era K, abandonando el sueño abolicionista de Zaffaroni y sus secuaces que firmaron el anteproyecto del Código Penal.
Celebraremos un Presidente que proponga para la Corte Suprema de Justicia a un juez que combata el pensamiento penal hegemónico de las últimas décadas, con una Justicia Justa que desaliente la justicia por mano propia reinante hoy.

Celebraremos un Presidente que distinga lo bueno de lo malo, el valor del disvalor, el respeto a la vida de la promoción de la muerte.
Celebraremos un Presidente que subordine un pragmatismo despiadado a una ética del bien común.
Hoy vivimos y celebramos el fin de un ciclo. El gran desafío para el Presidente electo, para la dirigencia y para la sociedad civil es la transformación de un relato nefasto en una verdad dolorosa pero que nos permitirá crecer.
Si aspiramos a vivir un genuino fin de ciclo, el cambio transformador exige reconstruir el país desde sus cimientos con un cemento que amalgame, en un futuro, los reclamos de una sociedad aliviada.

*Doctora en Filosofía (UBA)  y ensayista. Miembro de Usina de Justicia.