La problemática nunca figura entre las principales preocupaciones de la sociedad. Pero a nosotros, los periodistas, nos encanta investigar y hablar o escribir sobre la corrupción. Eso puede explicarse tanto desde nuestro tradicional rol de revelar lo oculto como de nuestra posible disociación con el interés público real.
A esta altura, es más que obvio que las corrupciones que destapan los medios son más o menos rigurosas y muchas veces –sobre todo en los últimos años– se dirigen hacia los actores a los que se critica políticamente: unos sólo destapan los escándalos kirchneristas y los otros los macristas. Semejante dirección única quita credibilidad.
Y en tren de ser creíbles, algunos dirigentes políticos y candidatos electorales deberían revisar sus mensajes de supuesta transparencia en la gestión de la cosa pública.
Convenientemente pudoroso, el kirchnerismo –en sus múltiples variantes– no habla del tema salvo para atender al Gobierno de la Ciudad o a alguna otra administración “enemiga”.
Elegantemente “renovador”, el massismo se ocupa hasta ahí de la cuestión, mostrando sus aparentes intenciones contra la corrupción en la figura de un ex integrante de la fórmula presidencial de Elisa Carrió. Adrián Pérez, de él se trata, podría tomar nota de qué hacer hablando con el propio Sergio Massa, Felipe Solá, Roberto Lavagna, Miguel Peirano, Martín Redrado, por citar sólo un puñado de conspicuos representantes de este nuevo espacio que antes fueron caracterizados protagonistas en cargos claves del espacio kirchnerista.
Idéntica sugerencia le cabe a la mismísima Carrió, quien hace de la lucha anticorrupción su bandera. En el debate por TN de esta semana, le espetó a Juan Cabandié su frase de cabecera “Son una banda de ladrones”. Lilita debe tener sólidos datos para sostener la acusación: su compañero de lista es Martín Lousteau, ex ministro de Economía de esa “banda”.
A la corrupción se la combate no solamente con más honestidad y valentía, también con menos hipocresías.