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Antisemitismo en la dictadura

En Ser judío en los años setenta. Testimonios del horror y la resistencia durante la última dictadura (Siglo XXI), los autores –uno de ellos, líder religioso de la comunidad– se preguntan cuál es el sentido de indagar, casi cuatro décadas más tarde, por el destino de los desaparecidos judíos. Una de las respuestas que ensayan es el honor de la memoria: saldar la deuda pendiente con las generaciones venideras y destacar el valor de la vida.

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Si bien es complicado probar que haya habido desapariciones sistemáticas de personas debidas exclusivamente a su condición identitaria (…) durante los interrogatorios los israelitas eran sometidos a castigos mayores, que además eran aplicados con una saña especial y diferenciada.
La ideología antisemita, una constante entre los miembros de las Fuerzas Armadas argentinas de la época, encontró su máxima vía de expresión entre los oficiales y suboficiales a cargo de las torturas en los centros clandestinos de detención (CCD) (...)
Existen decenas de testimonios de sobrevivientes judíos y no judíos acerca de estas prácticas, registrados en diversos libros publicados en los últimos treinta años y considerados en los recientes juicios (reanudados en 2003) contra los militares en todo el país. En su declaración ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), Rodolfo Peregrino Fernández, oficial inspector (R) de la Policía Federal y asesor del ministro del Interior, general Albano Harguindeguy, sostuvo que “Villar (Alberto, luego jefe de la Policía Federal) y Veyra (Jorge Mario, oficial principal de la misma fuerza) cumplían funciones de ideólogos: indicaban literatura y comentaban obras de Adolf Hitler y otros autores nazis y fascistas”.
Las consecuencias de esta formación se hicieron evidentes tanto en los castigos sufridos por los detenidos-secuestrados como en las pintadas y discursos nazis que se escuchaban en las cárceles y los CCD (...)
Margarita Michelini Delle Piane, Washington Francisco Pérez Rossini y Raquel Nogueira Paullier, sobrevivientes del CCD Automotores Orletti, testimonian lo ostensible que era el antisemitismo. Hasta recuerdan que en el lugar había un cuarto con un cuadro de Hitler colgado en la pared.
La formación nazi de los grupos militares no sólo se traducía en lo ya descripto sino que se materializaba a través de los insultos, la tortura verbal y las cruces esvásticas pintadas sobre los cuerpos de los presos con marcador o aerosol…
Los tormentos físicos resultaron una de las peores humillaciones a las que fueron sometidos los presos y, según los sobrevivientes, siempre había una cuota extra para ensañarse con los israelitas. Esto quedó plasmado en el informe elaborado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos (OEA) después de su visita a la Argentina en 1979. Allí se señala que  si bien “no existe una persecución definida en contra de los judíos”, no obstante ello “los que son detenidos por autoridades reciben un tratamiento más severo que los demás”.
El juez federal Daniel Rafecas concuerda con esta idea y destaca en su ensayo La dimensión judía de la represión en los centros clandestinos de detención y tortura durante la última dictadura que “un cautivo en un CCD de condición judía tenía menos chances de supervivencia, ya sea porque dicha especial brutalidad lo conducía a un cuadro de deterioro psicofísico del cual no podía recuperarse, o bien porque frente a ese salvaje castigo que le había sido impuesto, los autores debían asegurarse la impunidad; o bien debido al hecho de que ser judíos, debido al odio racial –o a veces religioso– imperante en estos ámbitos del terror, lo colocaba en una situación de mayor proclividad al traslado, eufemismo empleado por los represores argentinos para significar el asesinato”.
Resulta interesante que hayan sido los sobrevivientes, en su mayoría no judíos, quienes dieron a conocer esta situación cuando comenzaron a denunciar los tormentos padecidos junto con sus compañeros en los centros (...)
Además de las torturas, los detenidos eran sometidos a interrogatorios de profunda raíz antisemita. El caso del director del diario La Opinión, Jacobo Timerman, fue uno de los más resonantes porque cuando quedó en libertad en 1979, tras haber pasado dos años en cautiverio y haber sido sometido a los peores vejámenes, plasmó sus padecimientos en su libro Preso sin nombre, celda sin número, que rápidamente se convirtió en un best-seller en todo el mundo…
Si fuera de la Argentina se disponía de tanta información sobre los actos antisemitas perpetrados en las mesas de tortura de los centros clandestinos de detención, ¿cómo se explica, entonces, que en el exterior no se haya organizado un accionar abierto en contra del gobierno militar para tratar de frenar esta situación? Más aún: si se tiene en cuenta la formación antisemita que históricamente recibían los miembros de las Fuerzas Armadas, ¿por qué tanto silencio?
Podía hacerse poco a nivel local. El clima de terror imponía miedo y hacía difícil cualquier reclamo a las autoridades por hechos que ocurrían en lugares de detención, más aún teniendo en cuenta que ellas mismas negaban su existencia. La teoría que resulta más creíble es que las diferentes juntas de la dictadura militar buscaron evitar que se las catalogara de antisemitas en el extranjero, ya que eso podía menguar la ayuda militar (armamentos y entrenamiento) y financiera (créditos, inversiones) que recibían desde diversos países, como los Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Inglaterra, entre otros.
Las Fuerzas Armadas necesitaban apoyo constante, especialmente de Washington, para respaldar su política económica y su proclamada “lucha contra el comunismo”, pero también para modernizar sus equipamientos bélicos. Los generales estaban convencidos de que debían eludir toda clase de problemas con la “influyente” comunidad judía estadounidense, para lo cual debían necesariamente ocultar su odio racial y las atrocidades que estaban cometiendo en el país (…)
Más allá de las dudas y las acaso justificadas sospechas, existieron algunos pocos casos, como el de Timerman y Débora Benchoam, que prueban que la presión internacional a través de reclamos de políticos, congresistas, funcionarios y diplomáticos en cuanta reunión mantenían con las autoridades argentinas, además de los artículos publicados por periodistas de renombre en diversos países, tuvieron cierto efecto sobre las decisiones del gobierno de facto.
Según Jacques Lacan, debemos pensar toda diferencia no como una afirmación ontológica, sino como una variación del mismo sustrato humano. El “otro” es lo distinto, pero puede ser también lo amenazador, aquello que debe permanecer en el sitio que el “poder” le asigna simplemente por ser otro: otras razas, otro género, otras opciones sexuales, otras cosmovisiones.
Cuando la identidad de nuestro prójimo salta el escalón y quiebra la barrera de lo semejante, suele ocurrir que se transforma en amenaza. El acto de discriminar, en este caso, encarna la incapacidad de aceptar las formas de ser de otras personas y la imposibilidad de respetar sus culturas, y puede adquirir un grado de odio tal que derive en genocidio.
Bajo un sistema de representación, las acciones discriminatorias concretas son articuladas por prácticas sociales y políticas. Si etnia, clase, género y raza son construcciones sociales centrales para la conformación de la propia identidad y de su diferencia respecto de otras, la cultura es el resultado de “cómo” se interpreta esa diferencia. Lo peligroso aparece cuando ese “cómo” asume el lugar de lo intimidante.
Para los genocidas que condujeron los destinos de nuestro país entre 1976 y 1983, lo supuestamente disruptivo y heterogéneo derivó, de manera sostenida e implacable, en un plan sistemático de matanzas y desapariciones. Por eso, aunque existan diferencias de magnitud y procedimiento, no podemos dejar de vincular los centros clandestinos de detención como la ESMA, El Vesubio, La Mansión Seré, El Olimpo y La Perla con los campos de concentración y exterminio nazis.
Siglos de prédica xenófoba y antisemita, de manipulación de mentes y de culturas instalaron un estereotipo injurioso que en cierto modo posibilitó la obra nefasta de la dictadura. Obra que, como explicamos, no basta con calificar de perversa. Sin duda, hubo algo más.

*Rabino de la comunidad Bet-El / Periodista.