Coronel Kurtz: ¿Es usted un asesino?
Capitán Willard: Soy un soldado.
Coronel Kurtz: No, no es ninguna de las dos cosas. Usted es un cadete, mandado por los vendedores del almacén, para cobrar una cuenta.
(Marlon Brando y Martin Sheen
en Apocalypse Now,
Francis Coppola, 1979)
—¿Qué hace aquí, coronel Kurtz?
Brando suspiró en la penumbra y ahuecó sus manos para juntar agua de la pequeña vasija que sostenía en las piernas. Estaba sentado sobre un camastro, el rostro recortado por el claroscuro. Disfrutaba mientras el líquido fresco se deslizaba por su calva. Vestía una camiseta verde oliva; pantalones militares y sandalias. Su voz estremecía, como siempre. Hacía mucho calor en esa exuberante isla del Tigre. Cuando pregunté por Kurtz International Sports, señalaron estas oficinas: segunda cabaña a la derecha, primer piso. Me atendió una secretaria con hermosos rasgos orientales y me hizo pasar. Lo sorprendí recitando a T.S. Eliot: “We are the hollow men...”. Al principio fue evasivo, estaba muy en personaje. Duró poco. Después de la pregunta cerró los ojos y giró su cabeza húmeda hacia la brisa que llegaba del ventilador de techo. Sus aspas giraban en cámara lenta.
—Mis métodos en Vietnam... Decían que era brutal, despiadado. Por culpa de esos hipócritas terminé con esas tribus, en Camboya. Hasta que llegó Coppola con su libro de Conrad y filmó todo. El capitán Willard nunca me mató en la escena final. Buen hombre, Sheen; mejor actor que sus hijos.
—No contestó, Kurtz. Quiero saber a qué vino –insistí imitando el tempo de Sheen.
—Fútbol.
—¿Fútbol?
—Eso dije. ¿Es usted un asesino?
—Soy un periodista.
—Peor. Hace un tiempo conocí a alguien importante; vice del emporio del fútbol mundial, dueño de una empresa, AFA o algo así. Don Julio, hombre mayor pero muy vital. Un emprendedor. No habla una palabra de inglés pero nos entendimos rápido. Sus amigos querían el voto de la Federación Camboyana para ganar no sé qué elección y se lo di. Es admirable su fuerza; esa feroz convicción, su pragmatismo sin culpa y al costo que sea. Todos lo obedecen, finge negociar pero hace lo que quiere. Domina. Eso es poder. Con diez divisiones de guerreros como él, mis problemas hubieran desaparecido rápidamente. Hablamos; y aquí estoy. Oh... el horror tiene un rostro, y tienes que hacerte amigo del horror. ¿Se lo dije?
—Lo dice en la película. ¿Qué hace, exactamente?
—Soy asesor. El mundo del fútbol está hecho para mí. Nadie teme ser despiadado, no existe culpa, ni pudor. Esa violencia... Es, perfecto.
—¿Qué cosas descubrió en esta selva?
—He visto... (cierra los ojos) un caracol deslizándose por el filo de una navaja. Ese es mi sueño. Esa es mi pesadilla. Arrastrarme, deslizarme por todo ese filo y sobrevivir.
—Ya me habló sobre Grondona. Y no repita el guión que lo sé de memoria.
—La selva... No soporto que hoy cualquier clown con dinero y poder piense que puede jugar al héroe allí y llevarse alguna medallita a casa. La selva no tiene piedad, con nadie. ¡Patéticos!
—No mezcle los temas, Kurtz, que bastante tenemos ya con ese papelón.
—Bah, todo se mezcla. Recuerdo el tifón que destrozó todos los decorados, en Filipinas. La empresa de Francis quebró después del estreno. Pero después filmó un par de bellos filmes de bajo presupuesto con actores jóvenes y se recuperó. No como Racing, o Blanquiceleste, o como se llame. Malditos salvajes, ya no saben cómo hundir más a ese pobre club...
—¿Qué sabe de River?
—Simeone... sabe pelear. Pero sus generales son poco confiables. Aguilar tiene buena prensa y malas compañías. ¡Cómo ha engordado últimamente! (se ríe). Compra mal, vende peor. El club es un caos, pero todos mueren por ser dirigentes. La satisfacción moral debe ser inmensa, ¿no cree? Me gusta Simeone. Lo del cuchillo entre los dientes lo sacó de mí.
—¿Y de Boca?
—Vaya, han hecho un milagro allí: convirtieron a Macri en un líder irreemplazable. Ya ni siquiera funcionan las elecciones. ¿Pompilio? Un general errático. Metió en la tropa a Tiro Fijo Román, un líder insurreccional; se deshizo de Russo, un oficial de discurso vacío pero leal, y lo reemplazó por Ischia; un místico, un ministro de Dios. Si no ganan pronto, será Vietnam.
—¿Le hablaron de San Lorenzo?
—Los adoro. Alguna vez les cedí a unos muchachos míos para completar el plantel. ¿Recuerda a “los camboyanos”? ¡Ni cancha tenían, pobres! Pero ahora está Tinelli, ¡qué general! Y Díaz, con su nepotismo a la riojana. Si consiguen jugadores, quién sabe.
—¿El caso Independiente?
—Su presidente parece un galán de telenovela y el técnico es igual a Marty Feldman, el de El joven Frankenstein. Simpáticos. Pero tenían una guerra ganada y la perdieron. Yo los hubiese fusilado. Vendieron caro, eso sí. ¿Pero dónde fue tanto dinero? ¿Al Súper Estadio? (se ríe). Oh... y no insista con el tema Racing, soldadito. Me enfurece. No soy consultor de empresas, ni persigo incobrables. Aunque, si me llaman... Ahora váyase.
Robert Duvall (Kilgore, el que amaba el aroma del napalm) regresaba de su clase de tango. Me saludó cuando nos cruzamos en la escalera: quiere ser ayudante de campo de Kurtz si le proponen ser técnico. Les puede ir bien a esos dos, pensé. Sonaban los Doors.“This is the end”, cantaba Morrison. Cierto. Hora de irse de ese infierno de una vez; como Sheen, o Bielsa.