No importa cuántas veces haya intentado desdecirse, el Sr. Borges dijo, después de haber almorzado con Videla, que se trataba de “un caballero” (podría haber declarado que creyó entender que el general se había formado en el arma de caballería, pero ese argumento, borgeanamente socarrón, no llegó nunca).
A esta altura de los tiempos, cada uno de los argentinos ya ha resuelto su relación con Borges en una dirección o en otra, de modo que no haría falta detenerse en ese episodio biográfico desafortunado, si no fuera porque la principal etiqueta de la nube que ha incluido la Cofra (Comité Organizador para la Participación Argentina en la Feria del Libro de Frankfurt Edición 2010) en la página que presenta las actividades previstas para ese evento industrial, se encuentra un Simposio Internacional “Borges Poeta” (realizado en Leipzig en junio de 2010, con la presidencia del querido Fernando de Toro), promocionado con ocho fotografías en cinco de las cuales aparece la misteriosa superstición llamada María Kodama y en ninguna, Borges.
En esa aparición-desaparición del escritor maldito (mucho más que en la polémica entre “Casa Rosada” y Der Spiegel a propósito de las declaraciones de la Presidenta) se deja leer un malestar a propósito de la posición totalmente irrenunciable del poder regente a considerar a la Dictadura 1976-2003 como un “rasgo identitario que caracteriza a nuestro pueblo”, del mismo peso que los pueblos aborígenes, las culturas migrantes y el pueblo judío.
Concebida como una figura de discurso totalitaria –no me refiero al objeto que designa, sino a la lógica discursiva según la cual funciona: todo proviene de la Dictadura o a ella se dirige (como se escuchó decir a propósito del penoso y jurídicamente insostenible proyecto de ley de formación militar voluntaria para adolescentes propuesto por el presidente del Senado y aprobado por esa Cámara)–, ese acontecimiento pierde su dimensión histórica y se convierte en un principio metafísico que, como cualquiera de ellos, oscurece la posibilidad de pensar y directamente asusta: un mero ogro que atacará a los niños si no toman la sopa.
En intervenciones cinematográficas recientes, en las que la Cofra no ha reparado, el Sr. Edgardo Cozarinsky (Apuntes para una biografía imaginaria) y la Sra. Albertina Carri (Restos) han propuesto la ausencia y la desaparición como lógica constitutiva del archivo. Pero esas películas dicen que el deseo de “una imagen justa” es correlativo de la conciencia de su imposibilidad. En cambio, “La Dictadura” como momento fundacional de un pueblo (y principio de organización cultural), pareciera nada más que un proceso de identificación narcisista.
Un periodista de la Frankfurter Allgemeine Zeitung se sorprendió de la peculiaridad del stand argentino en Frankfurt: “cráneos de dinosaurio, dos videojuegos y una chaqueta con placas solares. Y fotos de los Kirchner”. Habría que contestarle: con la misma lógica insondable (es decir, metafísica), ustedes organizaron un evento de “Tango y comida argentinas” en el Museo Judío de Berlín. (No) somos nada.