Él y ella. La pose de Néstor Kirchner señalando a su esposa cobra, post mórtem, un significado premonitorio. “Es ella”, dice “él”, como lo llama la Presidenta. |
La Quinta sinfonía de Beethoven comienza sin introducción. Cuando le preguntaron a su genial autor por qué había elegido empezar con cuatro golpes sin respiro, respondió: “Así golpea el destino nuestra puerta, sin preámbulos”.
Las cuatro muertes en Villa Soldati, que después se supo eran tres, golpearon tan fuerte la puerta de la Presidenta que hasta pueden haber significado el fin del duelo por la muerte de Néstor Kirchner, el verdadero comienzo del mandato de su esposa, y reavivado conjeturas sobre pericia y gobernabilidad.
En partidarios del oficialismo hay una contradicción irresoluble a la hora de razonar sobre las aptitudes de Kirchner y de su esposa, Cristina. Una forma de aporía donde los postulados se anulan mutuamente.
Paradoja 1: si el ex presidente hubiera sido el estadista que cuentan los medios oficiales, el Gobierno debería haber quedado seriamente herido por la pérdida de su presencia insustituible, dificultándose su normal continuidad.
Paradoja 2: si la Presidenta fuera la personalidad fuerte y autónoma capaz de continuar y hasta profundizar el modelo que también se nos comunica, debería haber podido demostrar las diferencias de estilo con su marido, que hoy evidenciaría (Club de París, desvalorización de Moyano y Moreno, FMI-Indec, mayor proximidad a EE.UU., etc.), desde que asumió, en diciembre de 2007, y no recién a partir de su viudez, ya sin la sombra de su esposo.
La “profundización del modelo” es otra contradicción en sí misma, porque es difícil profundizar aquello cuya esencia podría ser el opuesto (nuevamente Club de París, desvalorización de Moyano y Moreno, FMI-Indec, mayor proximidad a EE.UU., etc.) y seguir siendo lo mismo.
La represión en Formosa a los nativos que reclamaban mejores condiciones de vida hace semanas y la inicial represión de la Policía Federal en Villa Soldati la semana pasada hicieron especular a algunos observadores sobre otro cambio de estilo que sumar a la lista, porque esas represiones no hubieran sido probables con Kirchner vivo (paradoja 2).
Otra interpretación fue que esas represiones no eran una nueva señal de cambio de estilo ni volitivas, sino apenas situaciones que se salieron de control por impericia en la conducción de lo cotidiano, aquello del orden del arte de gobernar la contingencia y el día a día, asuntos en los que supuestamente tanto esmero ponía Kirchner, y no del análisis teórico y abstracto de la superestructura donde la Presidenta se refugia y se siente más cómoda (paradoja 1).
Fuentes del Gobierno aseguran que la Presidenta sintió angustia pánica al ver las imágenes de Villa Soldati.
Sea cual fuere en el análisis comparado de la gestión de la Presidenta y su predecesor, rápidamente las atribuciones de sentido chocan entre la primera y la segunda paradoja, porque ellas conforman una contradicción irresoluble para el oficialismo. Lo que no impide que una parte de ambas pueda ser verdadera: que Cristina sea más inteligente que Néstor, por lo que Néstor no podría haber sido un iluminado. Y que Cristina sea más débil que Néstor, por lo que no le será fácil gobernar sin su marido. Lo que para algunos sería una doble negación del credo oficialista y para otros una doble afirmación de lo que les parece perceptible.
A partir de allí comienzan las intenciones de quienes utilizan ambas paradojas para sus propios fines; por ejemplo, quienes aborrecen al Gobierno prefieren reparar sólo en que Cristina sería más débil o Néstor menos inteligente. Y quienes adhieren al oficialismo prefieren omitir la aporía: que “él no es” (Néstor Kirchner) o “ella no es” (la Presidenta), porque al mismo tiempo los dos no pueden ser eso que nos dicen que ellos son.