Un texto que mereció una discusión profunda dentro de la sociología del desarrollo fue El Estado como problema y como solución, de Evans y Wolfson (1996), que clarificó el rol del Estado en los procesos de crecimiento y desarrollo de los países, especialmente los del sur global.
Evans señalaba que frente a las propuestas de un “desmantelamiento” del Estado era necesaria más bien una “reconstrucción” de este, como se observó en los países del Asia desarrollada que se alejaron de los ajustes estructurales y permitieron su desarrollo.
Para él, las sociedades mercadocéntricas que han naturalizado las ideas minimalistas del Estado no tienen ninguna evidencia empírica para sostenerlas. Por el contrario, se requieren estructuras culturales y sociales con eje en el Estado.
Este paradigma economicista en retirada, que se visibiliza más por la pandemia, justificaba la socialización de las pérdidas y ponderaba la privatización de las utilidades concentradas de la riqueza, como bien demuestra Piketty.
Por el contrario, el paradigma desarrollista del siglo XX que muestra elevados grados de crecimiento con un eje industrial y tecnológico en países como Japón, Corea y Taiwán, ha sido construido en base a un “enraizamiento” interdependiente de cuatro elementos.
En primer lugar, la consolidación de una burocracia profesional proveniente de los mejores centros universitarios y de pensamiento, que mantengan en el tiempo los lineamientos generales más allá de los cambios políticos circunstanciales.
En segundo lugar, una banca pública para el desarrollo que supere los intereses sectoriales del mercado y que se oriente a una redistribución del financiamiento al valor agregado industrial y a las exportaciones.
En tercer lugar, una relación en términos de “redes productivas” entre el sector público y el privado que privilegie los recursos geoestratégicos soberanos en una dinámica federal y desconcentrada.
En cuarto lugar, una planificación integral del desarrollo que interconecte todos los elementos anteriormente mencionados para darle una coherencia y un aprovechamiento exhaustivo a cada sector y a cada dimensión del proceso productivo en busca de una equidad sustentable en lo ambiental y lo socioeconómico.
Estos planteamientos fueron enriquecidos en una segunda obra de Evans y Heller (2015), Human Development, State Transformation, and the Politics of the Developmental State. Aquí los autores agregan que el Estado desarrollista del siglo XXI debe incorporar al componente productivo del siglo XX el factor del capital humano como la educación. Pero, sobre todo, el nuevo elemento que ponderan como distintivo es el fortalecimiento de una democracia deliberativa.
Este ideal, teorizado por Jürgen Habermas en su extensa obra, le daría al proceso social del desarrollo la construcción de una legitimidad que sustente las políticas de Estado de manera más participativa, en un esquema de decisión alejado de toda “democracia delegativa” que exhaustivamente describiera Guillermo A. O’Donnell.
En este sentido, el tan esperado Consejo Económico y Social argentino no debería ser algo transitorio y coyuntural, sino la usina de las verdaderas políticas de Estado que nunca tuvimos. En este espacio de máxima institucionalidad se deberían acordar –con un compromiso político de cara a la sociedad– los grandes lineamientos inmodificables de la política exterior, la política económica y la política social que se orienten a una definitiva senda de crecimiento y desarrollo con equidad.
*Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor UBA.