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15 años I

Aprender de la crisis

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Leccion. Impedir estas protestas tiene un costo que nadie se atreve a afrontar. | Cedoc Perfil
Quince años después del fatídico 20 de diciembre, la memoria de los hechos ocurridos todavía pesa en el presente y condiciona la conducta de los actuales actores políticos, a expensas del objetivo de “país normal” que impulsó el triunfo de Macri hace sólo un año.

 En este diciembre de 2016, ante la proliferación de paros, piquetes y movilizaciones, los vecinos de Buenos Aires, librados a nuestra suerte, comprobamos que la lección del 20 de diciembre no ha sido olvidada: impedir tales manifestaciones tiene un costo que nadie se atreve a afrontar. Esa misma memoria vuelve a presentarse cada día del año, cuando los
cartoneros comienzan su recolección. En aquel diciembre trágico buscaban comida y su gesto era de desesperación; ahora, vestidos de uniforme, seleccionan la basura en forma metódica, en señal de que el trabajo precario aún constituye el horizonte de millones de argentinos.

 En efecto, los índices de pobreza señalan una alarmante permanencia de la misma: antes de la crisis, mayo de 2001, un 32% de pobres revelaba que la convertibilidad, la receta mágica en que confiaron los presidentes Menem, De la Rúa y la mayoría del país para asegurar el crecimiento, había fracasado; en 2002, después de la pesificación asimétrica y transferencia de recursos realizada por Duhalde, el índice trepó a más del 50%; Cristina Fernández de Kirchner se marchó de la Casa Rosada, luego de doce años de continuidad en la gestión, y de vientos favorables para nuestras exportaciones, con un 30% de pobreza; en la actualidad, la presidencia Macri, con una economía que demora en activarse, registra el 32% de pobres.

 Si una suerte de historia circular nos condena al fracaso, es bueno preguntarse qué festeja una supuesta izquierda progresista al evocar la caída del gobierno de la Alianza como una gesta popular.

Con motivo de este aniversario, De la Rúa, Puerta, Camaño y Duhalde, han dado su versión de los acontecimientos, en la que cada cual se empeña en señalar las responsabilidades ajenas y en eludir las propias. Con la franqueza que la caracteriza, Elisa Carrió sostiene: “Los muertos del golpe a De la Rúa son muertos puestos por los que querían el poder” (fueron enviados por la provincia de Buenos Aires, aclara). Por su parte, los manifestantes que estuvieron en la línea de fuego en los alrededores de la Plaza de Mayo el 20 de diciembre, impulsados por el furor, dejan ver en sus recuerdos que actuaron sin protección ni experiencia en este tipo de movilizaciones.

De los libros publicados sobre el tema, se destaca Doce noches, de Ceferino Reato; basado en testimonios directos, reconstruye los sucesos con precisión y objetividad y, si bien no emite juicios definitivos, ofrece un panorama de las cuestiones que se ventilaron entonces. Se impone en estos relatos el interés de los protagonistas políticos por defender el juego propio en el tablero del poder de la Argentina de aquellos años. Abundaron las mezquindades y las revanchas personales disfrazadas de internas partidarias. Mientras el peronismo aspiraba a recuperar el control del Estado, y pese al declamado apoyo al gobierno de la Alianza, la mayoría de sus jerarcas esperaba desplazarlo, los radicales abandonaban a su suerte al gobierno de su mismo signo político sin advertir que de ese modo herían de gravedad al centenario partido. Entretanto, y como consecuencia del corralito y de la devaluación, desapareció la confianza en el ahorro nacional que había sobrevivido a los cimbronazos de la historia del último medio siglo.

Hoy los actores políticos no son exactamente los mismos, pero los problemas son similares. La dirigencia parece haber aprendido algo de aquella crisis en que hasta la subsistencia de la nación fue puesta en duda. En el desfiladero, marchando penosamente entre precipicios, avanza un gobierno no peronista, con una conducción más joven y más optimista que la de 2001, que a los tropezones, intenta sortear los obstáculos que representa el hábito de vivir años alejados del mundo, empeñados en aprovechar una riqueza que ofrece la naturaleza pero que necesita de trabajo, estrategias, consensos y sacrificios para obtenerla y revertir la desigualdad. Los que tuvieron responsabilidad hace quince años dicen que las cosas son diferentes. Ojalá sea cierto. Cuando veo las alternativas del debate sobre Ganancias, me cuesta creerlo.

*Historiadora.