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Aprendiendo de los biblioclastas

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¿Leyeron El Quijote? En la primera parte, cuando Alonso Quijano vuelve vapuleado de su primera salida, el barbero y el cura queman los libros de la biblioteca, a los que consideran los causantes de la locura del hidalgo. El cura y el barbero suben a la biblioteca y comienzan a elegir los libros que irán a la hoguera, de los que se salvan pocos: el Amadís de Gaula, Tirant Lo Blanc, La Galatea, del propio Cervantes, y poco más. Cuando terminan, sellan la habitación y, al despertar Don Quijote, le dicen de que la biblioteca desapareció por el encantamiento de un mago. Don Quijote les cree y le echa la culpa al encantador Frestón, su acérrimo enemigo.

Otro gran biblioclasta fue Pepe Carvalho, el detective creado por Manuel Vázquez Montalbán. A lo largo de la serie de novelas protagonizadas por él, Carvalho se deshace de varios libros echándolos al fuego: desde El Quijote a Bouvard y Pécuhet, de Flaubert, pasando por España como problema, de Pedro Laín Entralgo. La explicación que da es irrebatible: “Leí libros durante cuarenta años de mi vida y ahora los voy quemando porque apenas me enseñaron a vivir”, dice en Quinteto de Buenos Aires. Carvalho presume de sus quemas, aduciendo que los libros no le enseñaron nada útil, que es lo que a fin de cuentas importa. Los libros, para Carvalho, no son más que una mistificación, una suplantación de la vida.

No me considero más fascista que muchos, e incluso me considero menos fascista que otros tantos que se presentan a sí mismos como de izquierda recién estrenados, pero la metodología del barbero, el cura y Pepe Carvalho me resultan atractivas por lo justas.

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De modo que decidí poner en práctica la quema de libros, y para mi sorpresa resultó ser una actividad higiénica y terapéutica. Tomé algunos libros de entre los míos y una mañana los fui acercando lentamente a las brasas que habían sobrevivido de un asado la noche anterior. Luego de la operación sentí el cuerpo más tonificado, mi angustia crónica se había calmado e incluso me hizo notar más delgado. El método de elección es simple, pero para ello es imprescindible desmitificar el libro, mirarlo fijamente, recordar su contenido y preguntarse si fue capaz de hacer algo por nosotros. Si la respuesta es sí, lo recomendable es dejarlo en su sitio, pero si es no, prenderle fuego, está comprobado, reduce el estrés, relaja y corrige la postura.

Acompañada de la dieta adecuada, la quema de libros baja la tensión y la ansiedad, mejora el sistema inmunitario evitando enfermedades y, si ya se está enfermo, facilita la recuperación. Recientes investigaciones demuestran que la quema de libros es muy eficaz frente a casos de hipertensión, diabetes, problemas respiratorios como el asma, problemas para conciliar el sueño y dolores crónicos de cabeza y de espalda. Es una práctica que ayuda a relajar el cuerpo y la mente permitiendo obtener toda la energía necesaria para actuar eficientemente ante los desafíos de la vida diaria.