Dicen que la inventora del abanico fue una chinita bastante pizpireta, hija de un gran mandarín. Se llamaba Kan-Shi, la muchacha. Fue una noche de hace como cuatro mil setecientos años, durante un baile de máscaras. Fue de casualidad, como corresponde a todo invento perdurable. Dicen que cuando la fiesta alcanzó su clímax, Kan-Shi se sintió repentinamente acalorada: era pleno verano; y los chinos solteros, ya entonadísimos, no paraban de arrimarle tórridas propuestas. De repente, la joven decidió agitar con frenesí su antifaz muy cerca del rostro, para ventilarse sin exponer su identidad. Todas las mujeres presentes empezaron a hacer lo mismo. Kan-Shi no se dio cuenta de que acababa de inventar el abanico, pero comprobó que tenía mucho, acaso demasiado poder.
Más tarde, egipcios (también se atribuyen el invento), babilónicos, persas, griegos, romanos y españoles monárquicos le adjudicarían atributos de mando o distinción a ese manipulable artefacto, tan útil para desplegar coqueteos juveniles, para mitigar sopores estivales o menopáusicos, y para espantar insectos.
El jueves pasado, 17 de octubre, durante un acto proselitista en La Matanza, pudo confirmarse que Cristina Fernández de Kirchner heredó de su madre, Ofelia Wilhelm de Fernández, algo más que un peronismo visceral y un carácter temible. Ella, igual que mamá Ofelia (ver fotos), adora los efectos refrescantes y ornamentales del abanico.
En la celebración matancera del Día de la Lealtad, organizada por rudos metalúrgicos muy habituados al sudor, nuestra Primera Dama exhibió el tercer ejemplar de una colección de abanicos desplegada a lo largo de la campaña electoral. Y, por primera vez desde el lanzamiento de su candidatura, cantó la histórica marcha. Vistosa mélange. Bombos y abanico. Ombú y Louis Vuitton. Barro negro y oro blanco. Concertación plural y justicialismo básico.
Dijo Cristina, bramando contra los malditos 90 en una llamativa primera persona del plural: “Teníamos ideas extrañas, creíamos que se podía vivir sin trabajar y solamente especulando; pero al cabo de estos últimos cuatro años y medio advertimos el rol del Estado como importantísimo instrumento para la reconversión de la vida de millones de ciudadanos”. ¿Una autocrítica? ¿Un trompazo de complicidad a los artífices, con su aplastante voto, de la reelección de Carlos Saúl Menem en 1995?
Mientras alguien descifra el mensaje oral, viene al caso puntualizar que la esposa de Néstor Carlos Kirchner ha desarrollado –al parecer, con suma destreza– otros lenguajes, como parte de una estrategia que les ha adjudicado mucho más valor a los gestos que a las definiciones.
En los actos, mientras espera su turno para el discurso de cierre, la candidata suele usar el abanico como medio de comunicación con la popular. Cristina abre el abanico y se oculta tras él; emerge desde atrás con guiños pícaros; lo sacude tapándose la boca; lo retira y finge un beso a alguien; juguetea con su esposo, le enseña a abanicarse; lo acerca al pecho, sujeto con el puño crispado, y apunta hacia adelante como quien dice “yo te banco” o “a la carga”.
Tal vez un día de estos algún agudo observador logre catalogar, uno por uno, el sentido de esos mohínes cristinistas. Por lo pronto, deberemos conformarnos con saber que ya a fines del siglo XVII y principios del XVIII, las cortesanas españolas habían desarrollado un sugestivo lenguaje de los abanicos. Al conocer el significado de cada gesto, el lector deberá tener muy en claro que su uso no era, precisamente, político. Veamos:
▪ Si la dama se abanica sobre el pecho lentamente, significa: “Estoy sola”.
▪ Si los movimientos sobre el pecho son cortos y rápidos, quiere decir: “Estoy acompañada”.
▪ Si abre y cierra el abanico y lo apoya en su mejilla, indica: “Usted me cae bien”.
▪ Si se toca la punta de la nariz con el abanico cerrado: “Algo me huele mal”.
▪ Si abre y cierra el abanico y señala hacia alguna parte: “Nos vemos allá”.
▪ Si lo sostiene con la mano derecha delante del rostro: “Sígame”.
▪ Si lo hace con la izquierda: “Me gustaría conocerlo”.
▪ Si lo mueve nerviosamente con la izquierda: “Nos vigilan”.
▪ Si lo abre y lo cierra, sin interrupciones: “Usted es cruel”.
La lista sigue. Y, pensándolo bien –es decir, más a fondo y en el mejor sentido–, podría resultar interesante ser gobernados por una mujer capaz de comunicarse con ministros, aliados y opositores con semejante derroche de delicadeza. Al menos, candidata no falta.
Claro que el simple uso de un abanico no es garantía de glamour y pureza. Por ejemplo, para Ovidio, el poeta romano que en Las metamorfosis describió como nadie los cambios físicos que eran capaces de autogenerarse las divinidades para lograr sus fines, muchos mortales sacudían ese adminículo como símbolo de su propia vanidad. Los comparaba con pavos reales: “Si oyen alabanzas de su plumaje, los extienden con orgullo; si los contemplas en silencio, cierran sus espléndidos abanicos antiguos”, escribió.