Los dinosaurios deben haber sido criaturas de lo más interesantes. Más grandes que un colectivo dos pisos larga distancia, capaces de llevarse todo por delante. Con escamas. O no: tal vez lo de las escamas corresponda a los dragones. No, más bien lustrosos y resbalosos y duros pero elásticos. Y peligrosos. Cierto que la mayoría de ellos era herbívora y no había peligro de que te sacaran la cabeza de una dentellada, pero mejor mantenerse lejos. Si llegás a ver alguno, Etelvina, avisame y lo vemos así, de lejos. No, ya sé que no vamos a ver ninguno, una lástima. Pero toda esa gente (¿gente?) de la antigüedad más antigua y de la prehistoria más prehistórica parece haber sido enormemente interesante. ¿Qué? ¿No te hubiera gustado ver a los hijos, nietos y bisnietos de Lucy cuando salieron rengueando del Africa para llegarse a lugares que hoy se llaman Suiza o Alaska o Guatemala o Krillopil o Bujaraloz? Ellos también eran peligrosos. Siempre digo que se fueron llevando cueros para abrigarse, cuencos para comer y, desdichadamente ya, armas. Pero después reflexiono y digo: ¿cómo no las iban a llevar si en cualquier momento un tiranosaurio se les iba encima, eh? Vivían en peligro, eran un peligro.
En cambio nosotras, Etelvina, no necesitamos armas para ir a mirar vidrieras a la peatonal Córdoba o al shopping. Salimos así, estrenando algún cárdigan o par de botas. No somos enormes como los colectivos de larga distancia. Es otra vida. No somos peligrosas. No estamos en peligro. Si vamos a Buenos Aires en auto o en colectivo, alguien puede destrozarnos el vidrio de una pedrada; si sacamos fotos del monumento a la bandera, alguien puede pasar en una moto y arrebatarte la cámara; si llevamos la cartera colgada del hombro, alguien que viene en una moto a contramano puede quitártela; si salimos a comer podemos encontrar a la vuelta la casa saqueada; si nos vamos del centro hacia barrios lejanos alguien puede estrangularte, violarte, apuñalarte; si le abrimos al hombre del gas o de la luz alguien que no es el hombre del gas o de la luz puede torturarte hasta que le digas en dónde guardás la plata. No somos peligrosas, Etelvina, y está bien así. Pero a veces pienso con algo de nostalgia en los dinosaurios y en los nietos de Lucy.