El 22N la sociedad argentina se pronunció mayoritariamente por un cambio de rumbo. No sólo desalojó del poder al kirchnerismo, sino que fue más lejos al archivar un modelo arraigado en nuestra cultura política.
Modelo que dio sus primeros pasos con Hipólito Yrigoyen, que tomó formas definitivas a partir del 45, y que mostró sus insuficiencias ya antes de terminar el segundo mandato de Perón. Los golpes militares y las discontinuidades políticas que los mismos provocaban no permitieron que la sociedad tuviera la oportunidad de asociar las sucesivas crisis con la vigencia de un modelo que carecía de una estrategia productiva de mediano y largo plazo que creara la riqueza que se proponía distribuir.
Esa dificultad para comprender la necesidad de corregir el modelo se vio favorecida por el ropaje ideológico con que se lo cubría. Este estuvo dado por un izquierdismo ingenuo que, levantando como bandera el “combate al capital”, culpaba de sus fracasos a la presunta intervención de enemigos externos. Nunca entendió que ese capital no era otra cosa que la empresa privada creadora de riquezas y de empleos, como hoy lo reconoce incluso el socialismo democrático europeo. Un capitalismo que no debe confundirse con una economía regulada por el mercado, ya que la empresa privada se desenvuelve normalmente incluso en países comunistas como China.
Ahora la sociedad parece haber entendido que ocuparse sólo de la distribución, sin definir cuál es el modo de producir, lleva a una pobreza que se pretende disimular con planes sociales y subsidios.
La falta de oportunidades para aprender sobre la inviabilidad de este modelo llevó a que la ciudadanía no dejara espacio para ofertas políticas que se apartaran de éste; ofertas que eran consideradas antipopulares o de “derecha”. Esto hizo que sólo fuerzas “progresistas”, peronistas o radicales pudieran llegar al gobierno por ser las únicas que aceptaban esta propuesta socioeconómica, aun cuando se diferenciaran en cuanto al ropaje institucional de ésta.
Pero hubo un acontecimiento que potenció los efectos de la no interrupción de la puesta en práctica de ese tipo de propuestas; una experiencia pedagógica pero esclarecedora: los 12 años de gobierno de los Kirchner llevando a límites extremos algunas de las desviaciones que aquéllas permiten. Así pudo verse cómo la falta de una estrategia productiva sustentable, sustituida por groseras improvisaciones y combates contra los “enemigos del pueblo”, llevó a dilapidar los ingresos de una coyuntura económica particularmente favorable.
Comprender que el facilismo cortoplacista no lleva a ninguna parte es lo que permitió plantear la necesidad de encontrar un camino alternativo a lo que veníamos repitiendo. En ese contexto fue posible que un candidato etiquetado como “de derecha”, al que se le atribuyeran las más pérfidas intenciones y puesto como “mi límite” por progresistas republicanos, terminara imponiéndose con el voto.
Importa destacar que los vientos de cambio alcanzan también a otras fuerzas del escenario político. Se lo observa en la actitud de Margarita Stolbizer al recibir a Vidal y dialogar con el Frente Renovador, para alcanzar acuerdos programáticos; y en la del peronismo representado por Massa y de la Sota al ofrecer su colaboración al nuevo gobierno en temas de importancia. Si a esto se suma que la inevitable reorganización del resto del peronismo contará con la influencia de gobernadores dialoguistas como Urtubey, entre otros, podemos pensar que un nuevo camino es posible.
*Sociólogo.