La Argentina debe manejar las relaciones con EE.UU. y China en forma positiva y simultánea, en un contexto donde la potencia ascendente china amenaza sustanciales posiciones de poder de la potencia dominante norteamericana. Un aspecto vital es considerar las facetas geopolíticas de esta contienda a escala global y analizar qué debe hacer la Argentina ante esto.
En el rápido ascenso de China, varios observadores han notado la indomable determinación por recuperar su grandeza perdida. El fallecido Lee Kuan Yew –creador del Singapur moderno y de ascendencia china– consideraba que el siglo XXI presenciará una lucha por la supremacía en Asia, afirmando que con la elección del actual líder chino, Xi Jinping, esta competencia se acelerará. Así, los objetivos de Xi son que China vuelva a tener el predominio en Asia que tenía antes de la intromisión de las potencias occidentales, recuperando sus históricas áreas de influencia a lo largo de sus fronteras y mares adyacentes. Con esto, procura que las naciones del continente le vuelvan a prestar la deferencia que China detentaba en el pasado. Es por ello que los focos de tensión con los EE.UU. se manifiestan en el mar del Sur y del Este de China, en Taiwán y en el Indo-Pacífico, donde China ha llegado a construir una base naval en Djibouti, en el estratégico cuerno del Africa. China aspira también a obtener el respeto de las grandes potencias del mundo.
Para los EE.UU. no parece haber una solución definitiva para frenar la ascendencia china, sino que será una condición crónica a ser enfrentada por generaciones. Así, ve en este auge una amenaza latente –la del control de Eurasia–, que recuerda lo expresado por Halford Mackinder –el padre fundador de la geopolítica– :“Quien controla el centro del mundo –Eurasia– controla el mundo”. En particular, esto podría convertir la democrática Europa en un apéndice de una Eurasia controlada por China, lo que provoca reacciones de temor ante las obras de infraestructura que China ya realiza en Grecia, o potencialmente podría construir en Italia. A su vez, causan ansiedad los proyectos chinos de construir ferrocarriles de alta velocidad, que podrían unir Beijing con Rotterdam en dos días, en vez del mes que toma actualmente.
A su vez se manifiesta una competencia a nivel global por la influencia y prestigio de dos sistemas políticos dispares, que reflejan lo que Samuel Huntington denominó un “choque de civilizaciones”. De un lado, las democracias representativas occidentales. Del otro, un sistema autoritario con una estructura social confuciana, donde las jerarquías aseguran el orden y la armonía. En efecto, Xi Jinping, el impulsor del “socialismo con características chinas”, ha declarado que el Partido Comunista chino es el sucesor de la tradicional cultura confuciana china. En este contexto, se evidencia una cierta angustia en los EE.UU., ante la posibilidad de ser sobrepasados por una potencia cuyos valores son tan diferentes.
Este “choque de culturas” se manifiesta también en sus diferentes enfoques estratégicos. Por un lado, los EE.UU. parecen en general enfocarse –dada la influencia de los medios y la opinión pública–, en el corto plazo, en planes que prometen rápidos triunfos y en choques de fuerza decisivos. Por el otro, China prefiere planes de largo plazo y la sutil acumulación de ventajas relativas. China es paciente estratégicamente, y mientras las tendencias se estén moviendo a su favor no tiene problemas en esperar para resolver una disputa.
En este contexto geopolítico, y definiendo el interés vital argentino como el “desarrollo en libertad”, la Argentina estará en sintonía con EE.UU. mientras estos defiendan la libertad y la democracia representativa. Este será también el caso si se materializan en el futuro lo que algunos observadores llaman “esferas de influencia identificadas con estructuras domésticas particulares y formas de gobierno”. A nivel regional, la Argentina estará al lado de los EE.UU. cuando critique situaciones como la de la Venezuela actual, pero no lo estará si pretende actuar por la fuerza, como el presidente Theodore Roosevelt intervenía en el Caribe, al inicio del siglo XX.
En lo geográfico, la Argentina debe aprovechar el estar “al fin del mundo”, alejada de los principales conflictos entre EE.UU. y China –en el Indo-Pacífico–, y mantenerse lo más distante posible de sus disputas. Debe procurar aparecer como un “mediador honesto”, cuando esto sea posible, tal como lo hizo –con distinción– durante su presidencia del G20. Esto es importante para asegurar la interacción económica con ambas potencias que, sabiamente utilizada, debería contribuir a nuestro desarrollo. Al interactuar con ambas potencias, nuestra diplomacia deberá estar atenta a sus respectivos enfoques culturales y estratégicos.
En cuanto a su organización política interna, la Argentina debe crear mecanismos para evitar la influencia excesiva de ambas potencias en los ministerios –como la que tuvo China durante el kirchnerismo en el Ministerio de Planeamiento–, que pueden ser perjudiciales para los intereses nacionales. O el caso de los EE.UU., intentando replicar políticas de seguridad interna aplicadas en Colombia –con importante participación militar–, en nuestro país. A su vez, hay que impedir que “permeen” en forma alguna los sistemas de organización chinos en el sistema político argentino. También se debe evitar que nuestros diplomáticos puedan ser cooptados por alguna de las potencias, o dar la imagen, como ha ocurrido, de que “el embajador argentino en China parece el embajador chino en Argentina”.
En este delicado desafío para nuestra política exterior, habrá que saber separar entre las “sugerencias” de las diferentes áreas de los gobiernos de los EE.UU. y de China –que busquen promover sus agendas más estrechas y particulares– y lo que pueden ser verdaderas “líneas rojas”, que ambos gobiernos no estarán dispuestos a que la Argentina atraviese.
*Autor de Buscando consensos al fin del mundo: hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).