COLUMNISTAS
LA LENGUA Y EL CONSUMO

Aritmética de la democracia

Parece imposible poner en duda un presupuesto epistemológico que nutre sin descanso nuestros pensamientos y nuestros razonamientos sobre la vida social: a saber, que más es mejor y que menos es peor.

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Parece imposible poner en duda un presupuesto epistemológico que nutre sin descanso nuestros pensamientos y nuestros razonamientos sobre la vida social: a saber, que más es mejor y que menos es peor, que progresar consiste en incrementar algo, en lograr que algo aumente y que un menos, la reducción de algo, es siempre un retroceso. Se me podrá recordar, como objeción, la reducción de los impuestos. Pero la razón de que, en este caso, una disminución sea considerada algo positivo no es otra que el aumento de mi dinero disponible. La sociedad capitalista es una sociedad cuyos miembros son permanentemente incitados a practicar una epistemología a la vez cuantitativa y lineal, cuyo principio básico es adicionar, sumar. Ya se trate de dinero, poder, amigos, contactos, bienes de consumo, propiedades inmobiliarias, tasa de crecimiento, velocidad, sexo, espacio, lujo, ropa, datos, comunicación, cuanto más, mejor. Y la famosa consigna small is beautiful de los años sesenta del siglo pasado, no tuvo una vida muy larga. Se podría considerar que esta concepción de la felicidad y el progreso es el rastro imborrable, en el largo proceso de la evolución, de nuestros orígenes como mamíferos cazadores-depredadores. Sin embargo, sabemos que la historia humana ha sido testigo de civilizaciones cuyo sistema de creencias era totalmente ajeno a la racionalidad lineal del incremento. Y el antropólogo Gregory Bateson, figura clave entre los grandes intelectuales del siglo XX, es uno de los que más claramente mostró que la lógica de la vida y de la evolución natural es la lógica de la diferenciación y no la lógica del incremento.

Este último lunes, en la Feria del Libro, tuve una experiencia directa del peso de esta visión cuantitativa e incremental de lo positivo, en ocasión de la apertura del 9º Encuentro de Educación, Comunicación, Información y el Libro. Mi conferencia trataba de los fenómenos de la mediatización, las nuevas tecnologías de la comunicación y la construcción social de las identidades. En un momento recordé que el proceso de aprendizaje (al igual que todo proceso de producción de conocimientos o de adquisición de técnicas) es un proceso de empobrecimiento y no de enriquecimiento y que la comprensión de cualquier objeto, proceso o sistema exige postular restricciones, esquematizarlo, simplificarlo, y no “enriquecerlo”. El ejemplo más clásico es el de la adquisición de una lengua. En el momento de su nacimiento, la capacidad de producción de sonidos vocales por parte de cualquier bebé humano en cualquier lugar del planeta es rigurosamente igual en todos los bebés (forma parte del equipamiento de la especie). Esa paleta de sonidos que la boca de un bebé puede producir cuando nace es mucho más amplia que la que se necesita para hablar una lengua determinada. Adquirir una lengua (ya se trate del mandarín, el inglés o cualquier otra) consiste en anular muchos de los circuitos neuronales disponibles en el momento del nacimiento, neutralizando ciertos sonidos y reforzando las trayectorias que permiten producir los fonemas de la lengua que para el niño será su “lengua materna”.

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Estas consideraciones relativas a que para conocer algo hay que empobrecerlo y no enriquecerlo, porque la identidad es diferencia (y por lo tanto para construirla hay que restar y no sumar) produjeron claramente un cierto malestar en el auditorio, que se expresó tanto en las preguntas finales cuanto en los interrogantes de algunos periodistas.

Y sin embargo, si no abandonamos la ideología de la racionalidad incremental, no podremos entender lo que está pasando con la mediatización de nuestras sociedades. Porque lo mismo vale para Internet, que representa el momento actual de la mediatización. Lo interesante no es la “riqueza” de esa infinidad de datos, imágenes y sonidos disponibles, sino los empobrecimientos que se le apliquen. El ciberespacio puede ser tomado como una metáfora de la red neuronal de nuestros cerebros (aunque comparado con la complejidad de esta última, es todavía un juego de niños). Pero si en Internet se generan identidades, será por producción de diferencias; es decir, por empobrecimiento de las posibilidades de la red considerada en sí misma. Si somos personas es porque empobrecimos radicalmente nuestros circuitos cerebrales, neutralizando innumerables trayectorias que eran posibles en el momento en que nacimos.

De ahí lo que podríamos considerar el mensaje oculto, paradójico, de la democracia como a la vez producción y gestión de las diferencias. Como nos lo enseña la aritmética, menos por menos, más: la única positividad, el único “enriquecimiento” éticamente aceptable es la multiplicación de las diferencias individuales para obtener una positividad colectiva.


*Profesor plenario Universidad de San Andrés.