La Argentina es un país extremadamente particular. No va a llamar la atención de nadie este comentario.
Lo que sí llama la atención es la incesante energía del Gobierno y economistas para debatir el tema deuda externa/superavit/sostenibilidad, etc.
Parecería, de momento, que el país es la deuda, cuando esta, por significativa que sea, es la consecuencia de no asumir que llevamos demasiados años sin plan, en continuas improvisaciones.
Todas las medidas, desde hace ocho años o aún más a esta parte, son parciales e incompletas.
Lo que la Argentina necesita no es un debate perimido, sino establecer un plan heterodoxo, algo parecido al Austral o la convertibilidad, aggiornado a nuestros tiempos. Estos planes fracasaron por el déficit fiscal creciente, ante la falta de conciencia que hoy al menos se tiene.
¿Cuáles podrían ser las bases de este plan?
Entender que el peso no es una moneda en todos sus términos: no cumple con el requisito de conservación del valor, o sea, no es válida para el ahorro. Sin este, no hay inversión, y/o capacidad de financiarla en términos reales. Se habla mucho del descalce de monedas (si vendés en pesos no te puedo prestar en dólares…) pero respecto de las tasas de interés, por ejemplo, el descalce es un hecho real irrefutable. Pago el 100% y mi margen de ganancias ni de casualidad arrima a semejante guarismo.
Es hora de entender que ningún gobierno convencerá a la gente de que deje de pensar en ahorrar en dólares, sino a través de muchos años de estabilidad, o sea, con bajísima inflación. Y son ¡muchos años! No dos o tres, sino más aún.
Conquistar la credibilidad en la moneda es un deber del gobernante, no al revés.
Por la mitad de los 90, en pleno auge de la convertibilidad, los depósitos eran 50% en pesos y otro tanto en dólares. O sea, luego de cinco años, el argentino vivía “con una pata en cada vereda, por las dudas”. Dudas reales, duramente probadas en la crisis de 2002, cuando los dólares dejaron de ser tales para ser “pesificados”.
Y así una y otra vez.
Entonces la propuesta es: el sistema debe funcionar en base al valor del dólar.
Puede ser una neoconvertibilidad. Una dolarización total. O, algo menos traumático y pretencioso pero efectivo a su vez: “dólar link” para todo.
El que deposita lo hace en valor dólar. La tasa se fija en base a esto: a nivel mundial es casi 0, con valores que no superan el 4% anual, o sea, una tasa del 6% lucirá como atractiva.
Por el lado de los préstamos, lo mismo: una tasa activa no superaría el 12/15%.
Se acaba la falacia de las tasas astronómicas que pretenden “defender el poder adquisitivo del peso frente a la inflación (nunca se ha logrado) o frente a la divisa (menos)”. O sea, se acaba la “timba” y comenzamos todos a hablar en serio de nuestros números.
¿Los contratos? “Dólar linkeados”.
¿Los balances? A dos monedas.
¿El Estado? Mientras nivele sus cuentas fiscales, podrá optar por tomar dólares locales o en el exterior.
¿La inflación? En estos niveles será muy muy clara la comparación con valores internacionales, y paulatinamente el país deberá volverse más competitivo.
Ojo. La competitividad es un tema no solo de los privados. ¡Es también para el país!
Una empresa no puede ser competitiva si su logística se basa solo en camiones. Si los impuestos son récord y crecientes. Si la inflación nos carcome el poder adquisitivo. Por ende el consumo… Ni hablar del impuesto inflacionario (algo cómodo para los políticos), y así podemos seguir.
Los sectores más “internacionalizados”, como la energía, las comunicaciones, las comodities, sí podrían competir libremente: estos rubros son naturalmente atraedores de inversiones.
En fin, no es nada tan difícil si partimos de la realidad: los argentinos vivimos hace ochenta años en dólares, y el peso es una mera unidad de cuenta para ir a la panadería y pagar los gastos. Hasta ahí llega nuestra voluntad de tenerlos…
Si algún lector piensa lo contrario, lo felicito, y anímese a vender los suyos, o su propiedad en pesos, ¿no?
Bueno, es hora de tener un plan de shock integral que parta de esta premisa.