“Looos creadores: así se expresan looos creadores”, era el lema de un viejo spot televisivo que no recuerdo ya qué administración intercalaba entre los programas de la televisión pública con poemas más o menos célebres (sus autores, sin duda, lo eran), leídos con emoción e ilustrados con fotografías.
En estos días que corren contra la corriente navideña, los creadores también se expresan, ¡Dios nos libre!, sobre el mundo del trabajo y la política. Sobre lo segundo, cualquiera puede decir lo que le plazca, siempre y cuando lo haga con un mínimo de inteligencia (no es el caso). Sobre lo primero, sin embargo, convendría recordar a looos creadores el viejo aforismo familiar, que ha ganado vigencia con los años: “¡Vayan a laburar, atorrantes!”. De ese modo comprenderían un poco mejor las durísimas reglas del mundo del trabajo y no andarían haciendo circular cartas ridículas y estampando sus graciosos nombres en cuanta papeleta quejosa se les cruza en el camino.
Me explico: un pueblo sin cultura es un pueblo hundido, y como en las sociedades contemporáneas el pueblo es la base de la soberanía, un pueblo educado es la única vía para sostener el sistema político en su conjunto.
Una esfera cultural sin objetivos pedagógicos para el pueblo sólo puede pensarse a sí misma como el espectáculo vil e infamante al que pareciera que nos hemos ido acostumbrando en los últimos quince años.
La Secretaría de Cultura de la Nación llevó adelante, con resultados nada felices, una política de concursos públicos para los museos nacionales (el único expediente que consiguió atravesar las impugnaciones sindicales fue el publicitado concurso para el Museo Nacional de Bellas Artes). Amparados en ese ejemplo, los artistas rosarinos se movilizaron y consiguieron que los museos de Rosario renovaran sus cargos, también, por concurso público de antecedentes y oposición. Otro tanto están haciendo en estos días los bahienses mediante una carta que reclama “la aplicación de métodos democráticos que garanticen la idoneidad, capacidad de gestión y conocimiento del campo cultural de los designados, mediante concursos abiertos y públicos” (quienes acuerden con la iniciativa pueden escribir adhiriendo a [email protected]).
En la Reina del Plata, sin embargo, a nadie se le ocurre reclamar lo mismo para todas las áreas en las que una política semejante nos ahorraría el espectáculo lamentable de la lucha por un carguito, unos pasajes, unos honorarios, una vidriera. Lo primero es sacar a la cultura del penoso sistema de clientelismo político que no hace sino hundir más lo ya hundido. Las instituciones culturales y educativas (escuelas, teatros, museos, bibliotecas, y también esas raras instituciones que son los festivales) deberían estar bajo la dirección de especialistas designadas por concursos públicos de antecedentes y oposición durante períodos que, necesariamente, sean distintos de los ciclos del calendario político (cinco años alcanza para medir la eficacia de un proyecto). Las autoridades salientes de la Ciudad de Buenos Aires tuvieron tiempo y oportunidades para llevar adelante esa política, pero les debe de haber parecido poco elegante someter a looos creadores a papeleos y papelones. Ahora, todo el mundo se rasga las vestiduras en nombre de una ciudadanía (en el mejor de los casos), que contempla atónita o enfurecida lo que no ha sido pensado para el pueblo (como base de la soberanía, etc.), sino para el disfrute de los elegidos de turno, los que no quieren trabajar para el pueblo, sino expresarse.