Antes de que ayer sacudiera a la política con su acuerdo electoral con Lilita Carrió, Mauricio Macri ya había tomado la iniciativa en torno al caso Nisman. No sólo lució un oportunismo que hasta ahora parecía el fuerte de Sergio Massa, sino que además lo hizo con argumentos que asomaban menos efectistas que los que habitualmente lanza su competidor tigrense.
Igual, no pudo escapar a una patinada muy cotidiana entre los políticos y los seres humanos en general: ver la paja en el ojo ajeno y no en el propio. Palabras más, palabras menos, dijo que el Gobierno no tiene autoridad moral para reformar los servicios de inteligencia. Tiene razón, claro. Tras los desaguisados impulsados, avalados o tolerados por el kirchnerismo durante la última década (incluido el poder otorgado al “inteligente” jefe del Ejército, César Milani), hay que dudar de que los cambios resulten saludables si se originan en esa matriz.
Las sospechas se recargan ante el hecho objetivo de que la gestión de Cristina tiene una cercana fecha de vencimiento. Por eso resulta pertinente revisar cuál sería la “autoridad moral” que sí tendrían los principales candidatos a arribar a la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre.
El propio Macri, por ejemplo, evita siempre hacer referencia al escándalo de espionaje al comienzo de su administración porteña, salvo que sea para victimizarse como perseguido. Cierto es que la investigación corrió por cuenta y orden del controvertido Norberto Oyarbide, pero la Cámara Federal envió a juicio oral al espía Ciro James, al ex ministro Mariano Narodowski y al ex jefe de la Policía Metropolitana Jorge “Fino” Palacios, por escuchas ilegales a un ex cuñado de Macri y a un familiar de una víctima de la AMIA, en principio.
Palacios, ex comisario de la Federal, fue antes procesado y será uno de los imputados en el juicio oral por el encubrimiento en la investigación del atentado a la AMIA. Amigo de Macri desde que intervino en su liberación cuando sufrió un secuestro en 1991, Palacios sigue asesorando desde las sombras al candidato presidencial, según admiten funcionarios macristas.
Massa no salió a agitar el concepto de “autoridad moral”, acaso porque también tiene lo suyo. Aún se recuerda que nunca quedó claro el caso del robo a cara lavada (según las cámaras de vigilancia) que le propinó un gendarme-custodio a su vivienda.
Sin embargo, lo que más debería anotarse en torno a Massa sobre esta cuestión es la figura de su mano derecha y jefe de su campaña electoral. La carrera política de Juan José Alvarez sufrió un terremoto en 2006, cuando el diario Página/12 reveló –con legajo y todo– que había trabajado en la SIDE entre 1981 y 1984, durante la dictadura. Alvarez admitió ese pasado, pero trató siempre de relativizarlo con el argumento de que ocupó un cargo administrativo menor, pese a que tenía alias como cualquier agente.
Y aunque obviamente no criticará al Gobierno (ni en éste ni en ningún punto), Daniel Scioli tampoco bebe agua bendita en este río sinuoso de los servicios. El gobernador cuenta con el aparato de inteligencia de la Policía Bonaerense, tal vez más poderoso que efectivo a la hora de la seguridad, o de la falta de ella.
Hugo Matzkin, jefe máximo de los uniformados provinciales, es el que lleva información sensible a Scioli sobre lo que ocurre en su territorio y en otros. Matzkin es un declarado enemigo de Jaime Stiuso, el ex mandamás de la ex SIDE que cayó en desgracia en diciembre (luego de gozar del respaldo K durante años) y ahora es el enemigo público de Cristina, que lo acusa de instigar la muerte de Nisman para perjudicar su gobierno.
La guerra entre el jefe Matz-kin y el ex jefe Stiuso quedó expuesta hace un año y medio, cuando integrantes del Grupo Halcón, la élite de operaciones especiales de la Bonaerense, acribillaron en su casa a Pedro Tomás Viale (a) Lauchón, espía de la SIDE, con la explicación de supuestos vínculos narcos. Diez policías de ese cuerpo especial fueron detenidos y procesados. Y Stiuso juró vengarse de Matzkin, el comisario de Scioli.
Las propuestas de los candidatos (y del Gobierno) en torno a qué hacer con los servicios de inteligencia son tan límpidas que parecen suizas. Pero ellos, es obvio, son argentinos.