Son cuatro partidos por día, de lunes a viernes. Con este menú laboral, el llamado Argentina Open –fecha argentina en el circuito de tenis al nivel de la ATP– resulta una pieza fundamental para que uno tome distancia de buena parte del resto del mundo que lo rodea.
Jamás diría que un partido entre el español Iñigo Cervantes y el italiano Marco Cecchinato detenga el rumbo del planeta o me abstraiga de la realidad. Es más, si algo de bueno tiene transmitir partidos de tenis, a la par de una enorme satisfacción profesional, es que te da tiempo para todo. La extensión propia del juego y la necesidad que tienen –tenemos– los espectadores de escuchar el ruido del golpe a la pelota y los sonidos guturales de quienes lo ejecutan en lugar de nuestras obviedades de comentaristas, sin más certezas que un puñado de suposiciones, convierten el silencio en el mejor sonido.
Entonces, hay tiempo para mandar y recibir whatsapps, hablar en voz baja con la familia, almorzar, merendar, cenar y leer portales de internet. También, avanzar sobre esta columna que están leyendo.
Confieso hasta haber podido ver algún rato de la goleada del Ciclón a Boca y del empate entre Godoy Cruz y el Rojo. Eso sí, lo que jamás te permitirá es dedicarle el día a seguir el derrotero periodístico audiovisual de asuntos como la brutal, torpe y, hasta esta tarde, jamás explicada carnicería a la que se sometió a Rodolfo Arruabarrena.
Los debe haber habido buenos, sensatos y justos. Pero de aquello que escuché y vi entre miércoles y jueves últimos, nada permitió rescatarnos a los periodistas de asemejarnos más a una bandada de aves de rapiña que al no sé bien ya por qué llamado cuarto poder.
La goleada de Córdoba terminó a la misma hora que en el Buenos Aires Lawn Tennis Club concluyó la primera fase de los octavos de final. El zapping radial por la zona de vestuarios boquenses de un par de emisoras matizó el regreso a casa: salir de noche por los bosques de Palermo es toda una experiencia antropológica donde no sabés cómo evitar interactuar con esa mezcla de piernas de lateral del ascenso con la cola de Nicki Minaj.
Allá en Córdoba, al 4-0 lapidario se le montó a cococho un coro apocalíptico “desde la zona baja del estadio”. De pronto, el líder de EI, Pérez Corradi y el Vasco tenían el mismo pedido de captura.
Nuestra irresponsabilidad como comunicadores duró aun más allá de la ratificación de Angelici –temporaria y seguramente a regañadientes, pero ratificación al fin– y, no conformes con haber dado falsamente por concluido el ciclo, entre viernes y sábado pasamos a explicar las bondades de los cinco candidatos a sucederlo. Candidatos repartidos entre favoritos de los hinchas como Guillermo y Palermo, despedidos por el mismo club como Falcioni, prestigiosos que vienen de ciclos recientes complicados como Russo y un inasible de lujo como Bielsa. Sea en la mente de los dirigentes, sea en la imaginación de los cronistas, toda una lección de eclecticismo.
No es asunto menor dejar abierta la puerta a que una porción del circo provenga exclusivamente de lo que se nos ocurre a los periodistas. Es más frecuente que lo sugerible que desde los medios se convierta en noticia algo que no es más que un deseo o un gusto personal. En mi barrio le llaman mitomanía.
Y otra gran parte de la torta pasa por la operación mediática por parte de dirigentes que meten ficha y se esconden detrás del periodista cómplice.
Finalmente, hay una tercera pata, que vendría a ser la realidad.
Así como hasta pasado el mediodía del jueves se daba por hecho el despido de Arruabarrena, en las horas posteriores a su ratificación se siguió jugando con el hecho consumado, que no se consumó. Entonces, en lugar de dar marcha atrás y pedir disculpas o explicar quiénes son los gargantas profundas, la decisión fue huir para adelante. No hubo ni fantasía, ni exageración, ni apresuramiento. Lo que no pasó igual está pasando. Es una lógica extraña desde medios que, en otros espacios, se enojan justificadamente con todo ese asunto del “relato”.
Es probable que el ciclo de Arruabarrena termine pronto. Seguramente así será en tanto nadie quiera poner el foco en las defecciones importantes de juego y de temperamento de algunas de sus figuras célebres. Casi de manual es esta conducta de lapidar al técnico –encima, uno de esos que se distinguen por ser buenas personas y no energúmenos que te inventan miserias a la primera crítica– en lugar de preguntarse cuánto hace que los referentes no responden a su propia historia tanto en calidad de juego como de conducta.
Sin embargo, el Vasco estará sentado hoy en el banco. Y en tanto su equipo consiga ganar, así seguirá siendo. De todos modos, así se vayan a mitad de año, habrá dedos índices apretándose el pecho, recordando que “yo lo dije”.
En un derrotero entre curioso y patético, algunas de las voces que ya despidieron a Arruabarrena fueron las mismas que, hace menos de un año, dijeron que Angelici no llegaría a presentarse a las elecciones que, finalmente, ganó.
Lo que anda faltando, cuándo no, es algo de análisis. ¿Qué hizo de distinto el Vasco este verano respecto del final de 2015? ¿Y qué había hecho de distinto al final de 2015 respecto de aquellos días aciagos del Panadero cuando, por cierto, también se lo dio por despedido?
Es probable que no detectemos ningún cambio dramático entre un momento y el otro. Quizás el tema sean los que juegan. Quizás el error del técnico sea no haber metido mano en una zona que jamás justificaríamos: a los referentes no se los toca. Mucho menos a esos referentes que siempre nos pasan una data de adentro del vestuario o que nos habilitan la nota cuando el jefe nos apura. O tal vez se trate, simplemente, de los vaivenes de un fútbol entre inestable y mediocre en el cual nadie sabe ni por qué gana ni por qué pierde. Sin ir más lejos, Boca perdió por goleada la final de una copa que debió haber jugado contra sí mismo: el partido del Kempes estaba reservado para el campeón del torneo de Primera contra el ganador de la Copa Argentina.
No es un detalle menor: desde algunas páginas, desde algunos micrófonos y delante de algunas cámaras desde donde se explica por qué el Vasco no da para más no se duda en aseverar que lo único que importa es ser campeón. Lo hacen hasta aquellos que, con tono de enojo, te enrostran lo maravilloso que es el torneo argentino. Y no esas porquerías que juegan Messi y Cristiano en las que salen campeones por afano y a los quince minutos ya ganan 4 a 0. Esos campeonatos espantosos cuyas imágenes se venden al mundo por millonadas de euros mientras seguimos reclamando que se saque hasta de la Anses un dinero que, aun así, a los clubes no les alcanza.
Como para no escabullirle al bulto –ninguna referencia a mis salidas nocturnas por el bosque desde el Buenos Aires–, quiero decirles que me parece un despropósito discontinuar la gestión de Arruabarrena. Mucho más cuando se le acaba de renovar el contrato. Y que los dirigentes tienen que hacerse responsables de las medidas que afectan al patrimonio de los clubes mucho más que a sus emprendimientos personales. Eso incluye sostener los ciclos elegidos aun por encima de malos momentos coyunturales. Este momento de Boca no es más delicado que el posterior a la derrota de la Copa. Y es muy difícil que desde los medios y desde la dirigencia alguien pueda demostrar que Arruabarrena es, hoy, peor técnico que hace dos meses. Y que hace dos meses era mucho mejor que hace un año.
En todo caso, me permito un par de sugerencias para el momento.
A los dirigentes, no hablar más en off. A los periodistas, no escucharlos.
Mientras tanto, seguiré en lo mío. Que es disfrutar de un tremendo torneo de tenis, repleto de figuras y vacío de un tenis argentino en tiempos duros.
Y seguir esquivando tacos aguja, mientras le explico a mi hijo de tres años que esa señora se viste así porque hace mucho calor.