Hay una enorme hipocresía en el debate sobre la baja de la edad de punibilidad que debemos poner de relieve para hablar de lo que verdaderamente importa. Por eso, afirmemos ante todo dos cuestiones de relevancia para ubicar el debate. Primero, es educación y desarrollo la verdadera solución de esta problemática, pero algo debemos hacer con el “mientras tanto”. Y, segundo, ciertamente no son los menores que delinquen la única ni principal causa de inseguridad en el país, pero en este caso estamos hablando de ellos.
Nadie desconoce que un menor que a los 14 años empuña un arma y es capaz de matar a otro ser humano está poniendo de manifiesto que no siente la vida como un valor a cuidar. Ni la propia ni la de su víctima.
Ese tremendo fracaso del proceso de socialización es una falla de la sociedad en que se ha formado, expresa la carencia de un hogar contenedor, de una escuela formadora y de un Estado presente que garantice mínimas oportunidades de futuro.
Según concluyen los especialistas, en el grueso de los delitos graves perpetrados por menores se detecta que habían comenzado a delinquir a partir de los 10 años y fueron aumentando progresivamente el número y la gravedad de las transgresiones.
Es decir que, en general, ese menor primero “avisó” al motivar una detención por un hecho no grave, más tarde “avisó” porque se lo encontró con un arma, luego “avisó” al perpetrar un robo bajo efecto de estupefacientes, hasta que un día… mató. En el medio, el Estado no hizo absolutamente nada ante esos “avisos” que a veces imagino como gritos desesperados de ayuda.
Por eso, devolver una y otra vez a un menor en conflicto con la ley a la misma comunidad de la que proviene, sin atención o asistencia especializada, es simplemente desentenderse de su futuro y poner en riesgo a él y a la sociedad en su conjunto.
Cuando planteamos la baja de la edad de punibilidad a los 14 años, por encima incluso de los 12 años que el propio Comité de los Derechos del Niño de Naciones Unidas, en su Observación General Nº 10/2007, señaló como una edad internacionalmente aceptable, no lo hacemos como una medida aislada sino en el marco de un régimen penal juvenil que en primer lugar debe dar protección y derecho a defensa al menor, pero, sobre todo, crear un sistema de contención, educación y resocialización que le devuelva o tal vez le dé por primera vez una perspectiva de futuro.
Lo que pretendemos no es encerrar menores sino ocuparnos de ellos. Hay que abandonar de una vez por todas los falsos debates ideológicos que lo único que esconden es la falta de voluntad política para dar una respuesta a este problema, que en estos ocho años de gobierno kirchnerista estuvo ausente.
Ocuparse de los menores, darles oportunidades formativas, retenerlos en la escuela, capacitarlos en oficios, garantizar el primer empleo, resolver los enormes problemas de violencia familiar que sufre uno de cada tres menores en conflicto con la ley, es una forma de reducir la mano de obra del delito organizado, que ha crecido enormemente en estos años al amparo de la ineficacia y la complicidad del Estado.
La falta de estructuras y herramientas necesarias para el debido alojamiento, tratamiento y resocialización de los menores no puede obstaculizar el debate en torno a la necesidad urgente de sancionar un régimen de responsabilidad penal juvenil. Es una obligación del Estado atender al mismo tiempo ambas necesidades a los efectos de alcanzar un abordaje integral de la problemática.
Pero no se trata sólo de centrar el debate en los menores, también la sociedad y las víctimas de delitos violentos merecen una respuesta del Estado. Seamos claros, tenemos un Estado que no se ocupa de los menores ni de las víctimas.
Mientras regeneramos una sociedad más igualitaria y revertimos el proceso de degradación de nuestro tejido social, tenemos que ocuparnos del problema. Si seguimos ignorando las alertas que nos dan, seremos responsables de dos vidas frustradas en el corto plazo: víctima y victimario.
Ese es el debate que no podemos seguir eludiendo.
*Diputado nacional por la provincia de Buenos Aires.