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Ay, patria mía

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Me he quedado pensando, en estos días, en lo que la figura emérita de Manuel Belgrano suscitó en Mauricio Macri y en Cristina Fernández de Kirchner. Se trata de nuestros últimos dos presidentes, de quien está actualmente en funciones y de quien lo precedió. Me interesan esas circunstancias, esas en las que, por alguna razón, el poder del Estado (es decir, en este caso, quienes lo ejercen desde el Ejecutivo) se pronuncian sobre los héroes nacionales (que son una expresión del poder del Estado también).

A Belgrano, como a San Martín, le tocó una consagración suprema: la de Padre de la Patria. Y si bien esa mitologización histórica, siendo doble, pareció haberse volcado de un tiempo a esta parte un poco más del lado de San Martín, es clara la centralidad de Belgrano: no hay más que fijarse, por caso, en lo que supone la erección de su estatua en plena Plaza de Mayo y frente a la Casa de Gobierno, o su figuración permanente en los billetes de moneda nacional (que en otra época, junto con San Martín, monopolizaba), o el hecho singular de hacer coincidir cuerpo y nombre (sus restos yacen junto a la Avenida Belgrano, así como los de San Martín yacen en San Martín y Rivadavia).

Quien los narró y los insertó para siempre en lo más alto del panteón de celebridades argentinas no fue otro sino Bartolomé Mitre, otro presidente de la Nación. ¿Qué han dicho, el 20 de junio, estos dos presidentes próximos? ¿Qué han dicho para conmemorarlo, en esta nueva efemérides? ¿A qué los remitió, en qué pensaron?

A Cristina la remitió a sí misma: se imaginó casada con él o al menos siendo su amante. No tan solo por fascinación personal, aunque eso estaba de por medio, sino como reacción frente a una posición singular: la del hombre inalcanzable, no ya por grandeza histórica, sino porque nunca se dejó casar o cazar. El hombre prescindente, el hombre resistente despierta en algunas mujeres esta clase de actitud: la de tratar de vencer esa resistencia, tratar de doblegar su prescindencia. ¿Se trata de una puesta en práctica de un poder femenino, el de la mujer que tiene poder y lo sabe? ¿O se trata de un caso más de machismo, según el cual, cuando una mujer se insinúa o avanza, el hombre tiene que sí o sí responder, pues si no lo hiciera, su propia hombría entraría en duda? No lo sé, no me decido.

En cuanto a Macri, viajó a Rosario para el homenaje a Belgrano. Extraño homenaje: ni lo nombró. Y es que Belgrano, al Presidente, lo remitió a Hugo Moyano (los motivos, si los hubo, se me escapan). Después de haberlo tenido, y sostenido, como aliado de importancia, Macri viene a descubrir de pronto que en la trayectoria del líder camionero no faltan las turbiedades (el descubrimiento inverso, llamativamente, ocurrió también). Lo que cabe decir de Moyano, y de la burocracia sindical en general, es ante todo que traicionan los intereses de los trabajadores a los que se supone que representan; es decir, resumidamente, eso que vienen desde siempre denunciando quienes asumen de verdad las luchas de los trabajadores, contra estos que se han convertido en ricos y en empresarios.

Pero Macri no habló de eso: se irritó por la manera en que los ardides sectoriales de Moyano encarecieron los transportes; es  decir, en otros términos, planteó una protesta airada por el aumento de los costos empresariales. Esta disputa entre empresarios y sus respectivos intereses comerciales dice poco sobre Belgrano, quien, como sabemos, murió en la pobreza.

La relación entre la política y la historia quedó planteada así, y con particular nitidez. Por una parte, Cristina Kirchner: una proyección a gusto de la historia en el presente, haciendo centro en los aspectos del encanto personal. Por otra parte, Mauricio Macri: un gesto habitual con la historia, el de ignorarla (ignorarla en sus dos sentidos: pasarla por alto, desconocerla), anteponiendo con criterio exclusivo los asuntos del ganar dinero.

Dos proyectos políticos, en fin: uno basado en el poder personal, el otro basado en el poder empresarial. Cabe recordar, entretanto, las palabras que Belgrano, entre frazadas impropias, pronunció famosamente al morir.