A la doctrina justicialista no adhiero, pero el humor peronista me encanta. Empezando por el propio Perón, que solía cultivarlo en variantes camperas, y pasando por Carlos Menem o por Luis Juez, cuyas tesituras mayormente deploro pero cuya chispa de terruño me tienta aunque no quiera. Me encanta el humor de Alejandro Dolina, el de Pedro Saborido y Diego Capusotto, el de Carlos Godoy en la Escolástica peronista ilustrada, el de Daniel Santoro en sus cuadros. Aprecio que su filosa corrosividad pueda apuntar incluso contra sí mismos, sus propias tradiciones, sus propios mitos, sus propias creencias. La rama femenina viene más floja en el asunto (no hay gracias en Eva Perón, no las hay en Cristina Kirchner), acaso porque el género específico de esta comicidad encaja más en la escena de las sobremesas viriles.
Al humor de los radicales, en cambio, no lo advierto o no lo entiendo. Tal vez porque se doblan (de hecho, viven doblados) pero no se rompen, no se prestan a ese quiebre que es tan propio de la risa (en el partirse, ya que no en el doblarse, de risa). Recuerdo un delicioso dejo irónico en los gestos de Juan Carlos Pugliese, pero más recuerdo aquella invocación sentimental (y patética en su paso en falso) al corazón (¿qué corazón?) del poder económico. Y tienen por caso entre sus filas a Nito Artaza, pero Artaza notoriamente mantiene la veta cómica y la veta política en compartimientos aislados y estancos. Percibo pues en el radicalismo una marcada inclinación a lo ceremonioso, a lo solemne, el gusto por la veta seria.
Cuál no fue por ende mi sorpresa al escuchar mi propia repentina carcajada ante esta broma colosal de Ernesto Sanz: “El PRO nunca creyó en una coalición de gobierno”.
Este paso de comedia, este ensayo de stand up, lo ofreció el otro día en el congreso anual del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, y en presencia del presidente Mauricio Macri (que, según parece, hacia afuera no se rio, pero puede que se haya reído hacia adentro, y mucho).
Ernesto Sanz, tan luego Ernesto Sanz, el hombre que más resueltamente embarcó a la UCR en ese naufragio de coalición llamado Cambiemos, se sube al escenario y profiere, así sin más, que el PRO nunca creyó en una coalición de gobierno (el PRO no, ¡pero él sí! ¿No es desopilante?). Nos recuerda aquel viejo chiste (sigo en esto a Slavoj Zizek) del tipo que llega una hora tarde a una cita con un amigo, y le explica que se demoró ayudando a una viejita a cruzar la 9 de Julio. “¿Y tanto tardaste?”, le pregunta el que soportó el plantón. “Sí”, le dice el otro, “porque la viejita no quería cruzar”.
Al cabo de cuatro años de empujar la coalición, de arrastrarla o de arrastrarse, Sanz viene a rematar el chiste: ¡es que el PRO no la quería! Se me antoja un Jerry Seinfeld de Yrigoyen y Leandro Alem.