El de la quiniela y la lotería es un tema de conversación habitual en dos sitios que frecuento: el Café de Hugo (en Villa Crespo) y la parrilla de Mary (en Almagro). Yo no juego, pero escucho; y tanto en un lugar como en otro suelen hablar de los sorteos, que ven sin falta en la tele. Que yo sepa, ahí nadie nunca ganó, y esa visión, la de los perdedores, es lo que otorga a esas conversaciones su brillo amargo, su lucidez.
Una cosa que me llamó la atención de estas charlas de parroquianos es que recurren a menudo a una cierta animización de los números. “Miralo al 36, dónde fue a salir”, dicen por caso; o dicen asimismo: “Este salió en Montevideo el jueves y ahora lo tenés en Santa Fe”; o bien por caso: “Ahí está el 46, hace mucho que no lo veíamos”. Mediante tales prosopopeyas, el asunto cobra la apariencia de los temas personales. Más que de apuestas y bolilleros, parecen estar hablando de seguimientos y lealtades, de citas y desencuentros; en vez de suertes y malas suertes, interponen presuntas decisiones, como si ellos, los apostadores, acataran intuiciones, y los números, por su parte, actuaran por voluntad.
El tarambanismo gubernamental ha acentuado, en este tiempo, el factor incertidumbre, por encima de la media que rige la condición humana. En rigor nunca sabemos qué es lo que va a pasar, pero a veces estamos más cerca, y a veces estamos más lejos, de escrutar, de avizorar. Nos proponen asumir, a cambio, apenas puras creencias: creer en brotes verdes y en semestres, o creer ya directamente en Dios (en este rubro, en mi opinión, no hay quien supere en verdad e intensidad a la inefable Lilita Carrió). Los indicios del presente solo auguran pesimismo: un camino a la debacle, que el Presidente señala con insistencia como el único posible, combinando siniestramente lo indefinido con lo ineluctable.
Habitamos, preocupados, esa clase de zozobra que es más propia del azar, cuando en verdad no se trata de otra cosa que de decisiones políticas. Habrá que apelar, quizás, una vez más a Walter Benjamin; al modo en que, tomándola del surrealismo, infiltra la noción de azar en la concepción historiográfica del marxismo; o habrá que apelar, por qué no, a la propuesta de un materialismo aleatorio que formuló Louis Althusser. Siempre en procura de incorporar ese elemento, lo que no se sabe, en el corazón de lo que sí se sabe, y se sabe demasiado bien.