Al gaucho Güemes le tocó por fin su feriado: en su día (el de su muerte) ahora no se trabaja. El hábito de conmemoraciones fúnebres lo arrimó a Manuel Belgrano (porque uno murió de un balazo un 17 de junio, en 1821; y el otro, entre suspiros, un 20 de junio, el año anterior). Dos asuetos en la misma semana: así vinieron a reunirlos los días no laborables; antes los habían reunido la historia, la geografía, un mismo afán de patria.
Belgrano se afirmó en la proeza narrativa ejecutada por Bartolomé Mitre (que sin dudas era mejor contando guerras que haciéndolas), en su destreza de escritor para forjar una historia heroica incluso bajo la abundancia empírica de desdichas y derrotas. Güemes, por su parte, contó con la sobrecargada pluma de Lugones, que antes lo hizo pasar por el filtro de adecentamiento de su prosa modernista, a modo de derecho de admisión, espesando hasta lo ilegible ese texto de consagración que se llamó La guerra gaucha.
El caballo de Belgrano se yergue en Plaza de Mayo, no menos que el brazo diestro de su jinete enarbolando su creación mayor: la bandera nacional. Al caballo de Güemes, y a Güemes, les tocó algo más apartado, y bastantes años después; el caballo en los llanos de Palermo luce aplacado, acaso como su jinete: no vencido, pero sí apaciguado.
Son héroes de la Independencia, los conmemoramos en la misma semana. Un factor los equipara: el generalato. El gaucho Güemes es general, o devino general; como si con eso se mitigara lo gaucho. Y al doctor Belgrano la abogacía se le fue escurriendo con el paso de los años, hasta detenerlo en ese emblema, el del general Belgrano, dándole así prioridad a la condición castrense por sobre su condición de letrado.
Los gauchos y los letrados: de eso trata la gauchesca. Y la milicia alrededor, queriendo absorberlo todo: de eso trata la gauchesca también. Es el Tratado sobre la patria que escribió Josefina Ludmer.