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Bachelet vuelve, ¿CFK volverá?

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“Los sectores ultrakirchneristas avizoramos el deseo de una reforma constitucional porque quisiéramos una Cristina eterna”, deschavó Diana Conti en febrero de 2011. La estabilidad de los presidentes latinoamericanos depende de las urnas y de la calle, pero la mayoría sigue obsesionada por el calendario electoral. Tengan o no el mandato limitado por la ley fundamental, la reelección es obsesión.

Para evitar los presidentes vitalicios, países como México prohibieron toda posibilidad de un segundo período. Otros, como Uruguay o Chile, la habilitaron en forma intercalada para garantizar una competencia pareja. Así, quienes fueron presidentes y aspiran a volver a a gobernar deben disputar desde el llano, sin los recursos del gobierno.

En Estados Unidos, tras cuatro victorias consecutivas de Franklin D. Roosevelt, se restringió la reelección inmediata, acuñando la fórmula “cuatro más cuatro y nunca jamás” –que en inglés forma una rima–. En Argentina, la reforma constitucional de 1994 definió una combinación: los presidentes pueden reelegirse sucesivamente sólo una vez, pero se les permite volver después de un período intermedio.

En ese marco, Cristina Fernández de Kirchner está habilitada para un nuevo mandato en 2019. ¿Cuáles son sus perspectivas? Cuatro factores aparecen cruciales: contexto, edad, popularidad en la despedida y herramienta para competir.

En el actual contexto regional, un intento de regreso no resulta descabellado. En las últimas dos décadas una veintena de ex presidentes buscaron volver al gobierno, y varios lo lograron. Ni las conferencias en el exterior ni la redacción de las memorias ahogan la nostalgia por el cargo. Y el fenómeno se extiende desde América Central hasta el Cono Sur, del costarricense Oscar Arias al uruguayo Julio Sanguinetti, pasando por la República Dominicana, Nicaragua, Perú, Bolivia y Chile.

La edad no es impedimento. Dentro de cuatro años, Cristina Fernández de Kirchner tendrá pocos más que el promedio de quienes emprendieron un retorno exitoso, y bastante menos que otros comebacks históricos como Hipólito Yrigoyen (volvió a los 76 años) y Juan Domingo Perón (a los 78).

La popularidad al momento de dejar la presidencia es un asunto más delicado. Para el regreso de Michelle Bachelet, que el próximo martes asume la presidencia de Chile, fue un factor decisivo. Pero las reapariciones triunfales de Alan García (2006) y Daniel Ortega (2006) muestran que despedirse con una pésima imagen no es irremontable: sólo lleva más tiempo (¡hasta 16 años!) y algún intento fallido (García perdió en 2001 y Ortega en 1996 y en 2001).

Si la popularidad en la despedida es baja y la ambición por volver, alta, imponer a un sucesor débil o evitar la victoria de un rival temible son estrategias habituales. Eso habrá pensado Menem en 1999. Con Duhalde en la Casa Rosada sus posibilidades de retorno se reducían, y por eso pavimentó el camino para Fernando de la Rúa.

Pero la jugada de Menem impactó sobre un cuarto factor, quizás el más relevante, de los retornos presidenciales: la herramienta para competir. Sin una organización político-electoral compacta, el regreso se torna inviable. En 2003, Duhalde devolvió gentilezas habilitando múltiples candidaturas en el PJ, y la fragmentación del peronismo sepultó el sueño menemista.

¿Cuáles son las condiciones que permitirían el regreso de Cristina? La primera es concluir su mandato con niveles decentes de popularidad. Su piso del 30% es un buen comienzo. La segunda es promover un delfín o facilitar la victoria de un opositor. Los antecedentes del peronismo enseñan que los delfines terminan siendo leales a sí mismos, por lo que un opositor refresca mejor.

La tercera es conservar el liderazgo dentro del Partido Justicialista.

Para eso necesita, además de evitar o maniatar a un presidente peronista, mantener aliados en las gobernaciones y los sindicatos. ¿Cuál es su moneda de cambio? La viabilidad electoral. La fijación del peronismo con el poder conduce a sus líderes a una estrategia circular: para volver, es indispensable hacer creer que se puede volver.

En contra del retorno se levanta la tradición peronista de “a rey muerto, rey puesto”. Pero, a diferencia del radicalismo, la sucesión no espera por la muerte biológica del jefe. Después de Perón, todos los líderes partidarios perdieron el poder en vida. Porque la traición es mala, pero el llano es peor.

*Politólogos de la Universidad de Lisboa y la Universidad de Buenos Aires / Conicet.