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Bajame la música

Si unos extraterrestres me abdujeran y en una galaxia lejana me preguntaran cuál es el ruido del planeta Tierra, yo les diría que es la voz de Tinelli, sonando al palo, allá arriba, presentando a alguien; es el sonido del mundo, el ruido de fondo, que se oye por el pozo de aire y luz del edificio.

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Si unos extraterrestres me abdujeran y en una galaxia lejana me preguntaran cuál es el ruido del planeta Tierra, yo les diría que es la voz de Tinelli, sonando al palo, allá arriba, presentando a alguien; es el sonido del mundo, el ruido de fondo, que se oye por el pozo de aire y luz del edificio. Como el olor a churrasco de los vecinos, la voz de Tinelli se cuela por debajo de las puertas, se filtra en las ranuras. No distingo lo que dice, porque suena lejos, pero la reconozco como una banda sonora de la condición humana.
Aunque ahora no tengo televisión, Marcelo Tinelli es parte de mi vida. Me rodea. Aparece en el recorrido diario por la calle en las tapas de las revistas o en gigantografías con ese peinado príncipe valiente, la sonrisa macanuda y la sombra de barba.
Su programa me llega en los comentarios cotidianos de los colegas del trabajo. Los detalles de las peleas entre participantes también están presentes en la radio, en los programas de chimentos y en las columnas de la sección de espectáculos. No se puede escapar de Tinelli. Hay que entregarse a su omnipresencia casi divina (de hecho, los carteles lo presentan con un halo brillante detrás).
Esa voz que suena en las alturas tiene el tono de un maestro de ceremonias de kermés. Es la expectativa en estado puro, es la invención de la intensidad. La intensidad fabricada. Tinelli podría imprimirle con su voz el mismo énfasis a cualquier acto televisado por más insignificante que sea: “Y ahooooraaaa, directamente desde su casa en Colegiales… José García va a untar su tostadaaaaa”.
Lo que Tinelli muestra, lo que Tinelli envuelve con sus decibeles, se vuelve show. Necesitamos su voz. La ideamos nosotros, porque la voz de Tinelli es el antídoto contra el silencio, el enorme miedo al silencio que nos domina. Tenemos pánico del tiempo muerto sin espectáculo. Por eso la televisión en la sala de espera, en los bares y, ahora, hasta en algunos taxis.
De los entretenimientos que aparecen en la pantalla, el que más ruido hace, el que mejor cura nuestro miedo silencioso, es el grito de Marcelo Tinelli.