La semana de cierre de campañas nos tiene a todos en un mar de incertidumbres. La región incendiada. No hay buenas noticias ni buenos ejemplos en el barrio. Todas las sociedades quedaron desnudas. Nada es como parecía, ni ningún discurso parece certero. Bibliotecas de un lado y del otro de las interpretaciones; dirigentes sacando partido de los hechos; pero en el medio los pueblos lastimados. Víctimas siempre de dirigencias ausentes del rol que les toca, hacerse cargo de los destinos del común de ese todos que representan.
Es interesante, además, que suceden cosas, pero no hay líderes, no hay representaciones, entonces es muy complejo encontrar las respuestas. Se quebró tanto la representación colectiva que nadie tiene la voz de nadie, estamos todos solos peleando por nuestras propias vidas.
Desconfianza. Según el Latinobarómetro, ocho de cada diez latinoamericanos no confiamos en la dirigencia, pero lo que es peor, creemos que son un sector que trabaja para sí mismo. No es novedad la crisis de la dirigencia. En todos los sectores hay una sensación de que quienes los dirigen, pronto se olvidan de sus dirigidos. La política es la conducción del bien de todos. La articulación de los intereses de todos en favor del conjunto. Si son una casta que puja para ella, no hay conducción, sino uno más en la pelea. Solo que con poder desigual.
Pero, además, la estructura jurídica formal que es el Estado, esa que organiza el vivir juntos de cada sociedad, es muy débil. Debilidad que se da tanto por las deficiencias en su sistema de organización y reclutamiento (no existen servicios civiles que permitan estabilidad, permanencia y sostenibilidad de capacidades), como por la corrupción en todas sus variantes. Esto se manifiesta, entre otras cosas, en la incapacidad de controlar algunos territorios, y en la capilaridad para que el pulpo del crimen organizado penetre hasta lugares impensados del poder. Aprovechándose, también, de la miseria de nuestras sociedades. Ofreciendo ellos lo que el Estado no les da, en trabajo y movilidad social.
En ese cóctel, las sociedades intentando encontrar el camino del desarrollo personal, ya que el colectivo se desdibuja. Ciudadanos globalizados que no “necesitan” de sus países para vivir, y otros tan excluidos que no encuentran continente en sus naciones. En ese escenario, los argentinos iniciamos la carrera electoral en una nueva crisis económica de las que no hay generación que pueda esquivar.
El proceso se inició con movidas que parecían dar cuenta que la grieta –esa que atraviesa la región– se atenuaba. La oferta política agrandó sus propios espacios. Preocupados por no quedar sectarios –y, en consecuencia, testimoniales, sin obtener o mantener el poder–, primero la oposición y después el Gobierno, ofrecieron candidaturas que expresaban voluntad de sumar del centro. Y ganaron los discursos más amplios… solo al principio. Después, la tentación de la grieta fue mayor por la propia dinámica de la competencia. Y la lectura de todo lo que pasa en el barrio se leyó también en clave de grieta.
El conflicto en realidad no es que haya dos miradas, porque, en verdad, en este siglo proliferan las miradas diferentes. No hay dos, hay miles, millones. El empoderamiento del individuo a través de la tecnología multiplicó la cantidad de visiones. Por lo que simplificarla en dos, es eso, una simplificación. Porque es muy difícil encontrar acuerdos incluso entre quienes dicen pensar lo mismo.
El conflicto, o la dificultad de encontrar soluciones para el desarrollo de nuestros pueblos –que al final de eso se trata– es que esas miradas se presenten como excluyentes. La validación de una implica la exterminación o la absoluta no vigencia de la otra. El discurso radical tiene esa dificultad. La existencia de unos es la inexistencia de los otros. Inexistencia en absoluta descalificación. A tal punto que el otro representa la “no Patria”. Todo lo que no debe ser.
En 2015, si bien la elección fue casi en mitades iguales, ganó una mirada y se creyó absoluta de todo. Fundacional. Igual que se sintió tiempo atrás la otra mitad. Y resulta que nadie tiene todas las respuestas. Se equivocaron todos. Pero nadie se reconoce en el error. Todos en la victoria.
Otra vez sopa. Escuchar los discursos de los cierres no hace más que avivar la incertidumbre. No de los propios (que afianzan), sino de la otra parte, pero sobre todo de los que, sin tomar demasiado partido, tienen sus destinos atados a ellos.
Qué país tiene chance en una crisis como la que estamos atravesando si no estamos todos. Y todos no son todos los de un color político. Todos lo que votan una opción. Todos los que acuerdan circunstancialmente una ley. Todos somos todos los sectores, individuos y colectivos argentinos que todas las mañanas nos levantamos para construir nuestros futuros soñando en que sean mejores.
Y en ese sentido, hay un invisible en estos debates, en estos discursos, en estas campañas y cierres. Y es ese 70% que no les cree. Que ya no. Ese que no se siente mirado, sino usado. Ese invisible que perdió el trabajo, o que teme perderlo; ese invisible que lo cambiaron de colegio o que le dijeron que van a tener que cambiarlo; ese que no pudo terminar la escuela, y ese que no quiso terminarla. Ese que se está endeudando demasiado, y no puede dormir. Ese que ya sabe que este año no irá de vacaciones. Ese que lo llevan a votar todavía en algún interior de provincia a cambio de un puñado de cosas; ese que está en la cárcel; ese que finalmente fue cooptado por el narco; ese que cayó en un consumo problemático o ese que estaba saliendo, pero lo está matando la angustia; esa invisible que se juntó con otros para intentar, vendiendo rifas, darles de comer a los chicos del barrio.
No es que no hablen de ellos, es que ellos no creen que sea verdadero. No los sienten cercanos. No creen que sientan que su destino va con el de ellos.
Tantos esos y esas…invisibles de toda la campaña y del debate. Invisibles y definitivos a la hora de votar. Porque al final votan. Con la esperanza de que, quizás esta vez, sí recibirán algo de dignidad, o trabajo, o comida... o sin esperanza, pero votan.
No hay Patria si no somos todos visibles. No hay libertad, no hay orden, no hay futuro sobre todo, no hay futuro, si todos y todas las argentinas no somos visibles. Si a todos y todas, no nos importa el futuro de cualquier otro u otra que habita el suelo argentino.
La dirigencia que viene tiene varios retos. Pero no hay futuro sostenible si en estos retos no está visibilizar a todos y todas y lograr que argentinos y argentinas, solos y solas u organizados y organizadas, pongan su parte creyendo, confiando que abonan a un futuro común. Porque eso es la Patria. Y nos está faltando.
* Politóloga. Directora de la Escuela de Política y Gobierno de la UCA.