El superpoeta Martín Gambarotta (autor de Punctum, Seudo, grandes libros) dijo una vez que había chicos a los que podías ver en la puerta de Cemento y tiempo después dentro del cuartel de La Tablada. Esta afirmación marcaba –a grandes rasgos– un clima de época: el comienzo de la democracia, la potencia del under y la politización de la juventud. Quien escribe estas líneas terminó el secundario bajo la dictadura militar en un colegio de la calle Quito y Quintino, el Nacional 10. Cuyos alumnos, con la explosión democrática, se volvieron muy inquietos. Dice Mariano Mera Figueroa, que fue dirigente del centro de estudiantes en esa época: “El Nacional 10 era un colegio que en el turno tarde tenía unos 340 alumnos y a las marchas iban 250. Era una cosa que no pasaba en ningún colegio. Digamos que si hubiésemos sido un colegio de mil, hubiésemos sido dueños de la Argentina”. El colegio tuvo en la dirigencia del centro de estudiantes, varios miembros muy jóvenes del MTP y uno de ellos terminó dentro de La Tablada. La declaración citada arriba de Mera Figueroa está en un libro llamado La Tablada, a vencer o morir, la última batalla de la guerrilla en la Argentina, de los periodistas Felipe Celesia y Pablo Waisberg. El libro se lee con la rapidez que se toma una gaseosa en una tarde de calor. Es adictivo. Aunque tiene una prosa periodística, hay algo en la estructura que recuerda a las novelas de Mario Vargas Llosa donde el Nobel cuenta y reflexiona sobre hechos políticos: pienso en Historia de Mayta (la vida y obra de un Maoísta gay) o la extraordinaria Fiesta del Chivo (que da un perfil de la dictadura de Trujillo). El relato de Celesia y Waisberg está dividido en capítulos alternados donde se va relatando, en presente histórico –o presente histérico– la acción del copamiento de La Tablada por la gente del MTP y, por otro lado, los orígenes de esa formación política liderada por Gorriarán Merlo, que surge de la revolución sandinista y pasa por la financiación del primer Página/12. Es notable como a través de diferentes reportajes a los implicados en ese día lleno de olor a pólvora, los periodistas logran en una prosa única –escriben como si fueran hermanos siameses– describir los vericuetos del combate. Sin grasa, puro músculo: la prosa transmite el miedo, las encerronas de los destinos personales, la locura de gente matándose entre sí al tuntún, de día, de noche, con una pasión inútil. Aún hoy, el progresismo no sabe bien qué hacer con La Tablada. Hace poco descubrieron a dos vietnamitas, padre e hijo, que estaban escondidos en la selva, pensando que la guerrra continuaba. Hechos similares sucedieron también en aldeas de Japón muchos años atrás. El ataque a La Tablada tuvo algo de eso. El libro de Celesia y Waisberg transmite con urgencia estos hechos demenciales. Dice en la solapa que escribieron varios libros más: voy a buscarlos a todos.