“Eráse una vez un reino que se encontraba en un lejano rincón del mundo, situado a mitad de camino entre Occidente y Oriente, denominado Belindia. Según revelaciones de los antiguos, ese nombre, era una extraña unidad dialéctica de contrarios”. En 1974, el economista brasileño Edmar Lismoa Bacha publicó El rey de Belindia donde presentó un país contradictorio que mezclaba las particularidades de Bélgica –rico, pero pequeño– con India –grande, pero pobre–.
Bacha, que más tarde se convertiría en el padre del Plan Real –paquete económico del gobierno de Fernando Henrique Cardoso que controló tres décadas de procesos inflacionarios–, buscaba criticar con su fábula al gobierno militar que estaba creando las condiciones de fragmentación social que hasta el día de hoy imperan en Brasil: un Belindia lleno de contrastes que muestran una economía pujante y líder de los países emergente, con alarmantes niveles de injusticia social más propios del mundo en desarollo que del mundo desarrollado que pretende integrar.
Es cierto que algo ha cambiado desde que el Partido de los Trabajadores llegó al poder. La década ganada que inició Lula da Silva en 2003 permitió que cerca de 25 millones de brasileños fueran incorporados en las estadísticas como adquirentes de bienes de consumo (con mayores o menos variantes); en otras palabras, dejaron de ser pobres. Aunque sea en las clases de consumo más básicas (D y E), está previsto que a finales del 2014 otros 15 millones de personas también se integren, lo que elevaría las cifras del boom brasileño. Mientras que las proyecciones indican que para 2014, 36 millones de individuos ascenderán a los segmentos sociales de mayor poder adquisitivo (A, B y C).
Tantas personas que consumen aumentan la producción de bienes y de servicios (y su importación), lo que incrementa la demanda de trabajadores, que también son consumidores. El índice de desempleo oscila en los últimos años en torno al 5% (el menor de los últimos 20 años). El incremento en los consumidores está apalancado adicionalmente por la presión ejercida por la Receita Federal (la AFIP brasileña), lo que ha provocado una importante reducción de las operaciones no registradas. El esfuerzo a favor de una mayor formalidad en la economía conllevó el “blanqueo” de muchos trabajadores informales.
“Brasil despega”, tituló The Economist en su tapa de fines de 2009, ilustrada con el Cristo Redentor de Río de Janeiro como una nave espacial que inicia su camino al cielo. Mientras que Forbes llevó el mes pasado a Dilma Ruosseff a la primera plana para protagonizar una cobertura sobre las “100 mujeres más poderosas del mundo”.
Pero lo que hasta hace menos de un mes parecía ser un milagro verde amarelo, repentinamente se convirtió en un fracaso desde que los jóvenes protestaron. Los indignados del “brasilerazo” no salieron a la calle para cuestionar un modelo que hizo crisis. Ellos nos recuerdan que Belindia sigue existiendo, pero con mucha más riqueza y mucha más pobreza que la que tenía cuando Bacha lo fundó.