Una vez más la sociedad argentina enfrenta la desilusión: nuevamente, el máximo galardón literario recala lejos de nuestras orillas. El codiciado Premio Nobel le da la espalda al Río de la Plata; para nuestra sorpresa, el escritor Mempo Giardinelli no ha sido laureado. Aunque las hordas simples clamen por los archiconocidos Haruki Murakami, Margaret Atwood o Stephen King (traducidos del swahili al catalán, llevados al cine, a quienes el premio les serviría para pagar quizás un año de mantenimiento de sus piletas olímpicas hogareñas), la Academia tiene otros criterios en mente.
Mempo reúne todas las características deseables para el Nobel: de origen chaqueño, Mempo es prácticamente subsahariano (¿qué tendría el desierto del Impenetrable que envidiar a las sabanas africanas?).
Sus columnas nos deleitan día a día, moviendo con igual destreza a la risa o al terror. La elección de Mempo podría terminar con el sonado etnocentrismo de los suecos –la acusación del periodismo cultural, que entiende que su deber es inclinar la balanza del arte hacia la virtud moral–. Aunque es un hombre, y Mempo lo sabe, el hecho de ser latinoamericano constituye una vulnerabilidad genética no menor, que suscita empatía en tanto la raza revolucionaria del tercer mundo; y su renguera majestuosa realza la apuesta.
Por ahora, al buen Mempo no le queda más que lamerse las heridas. Pensará en Simone Biles, la mágica gimnasta afroamericana a la que esta semana un jurado sancionó por exceso de perfección en su arte. Simone cruzó los aires en un salto formidable, hizo posible lo imposible, pero los jueces le negaron el 10: adujeron que “podría ser peligroso para otras atletas”. La corrección política hace que la representación se amplíe abarcando tipologías humanas, a la vez que baja el techo de la diferencia tolerable. Vení que te incluimos, podés dar tus saltitos; pero no aspires a ser histórica. Moraleja: no seas demasiado genial, o te irá peor.