En Argentina existió un fósforo eléctrico que se llamaba Magiclick. Su eslogan publicitario quedó en la memoria colectiva aún más que el objeto en cuestión. Duraba, decían, ciento cuatro años. Nicanor Parra vivió un año menos que la vida útil del Magiclick y de haberse enterado de este objeto, seguro lo hubiera incluido en uno de sus célebres artefactos. ¿Quién fue Nicanor Parra? Ahora se acaba de publicar un libro de Rafael Gumucio –uno de los grandes narradores chilenos, polemista feroz, casi un personaje parriano en sí– sobre Nicanor. Se llama Nicanor Parra, rey y mendigo.
Lo primero que llama la atención es que parece, en realidad, una biografía de Gumucio escrita por Parra desde la muerte. Gumucio cuenta cómo y dónde conoció a Parra, la forma en que este lo trataba, cuenta sus viajes que lo acercaron o alejaron del epicentro parriano y la manera en que siendo niño se tuvo que exiliar en Francia cuando cayó el gobierno de Allende y la forma lateral en la que tuvo que acercarse a la literatura chilena por, precisamente, ser un nómade.
A medida que avanza el libro la prosa de Gumucio nos gana por prepotencia de trabajo y de frescura. Ahí nos damos cuenta de que el libro no es una biografía sino un documental. Gumucio merodea a Parra en su casa desde que lo conoce, cuando el poeta ya tiene 87 años y el futuro biógrafo apenas 32. Lo que sigue son capítulos cortos, dedicados a hitos de la vida de Parra, la estrecha relación con Violeta Parra, su mítica hermana (no hay Violeta sin Nicanor, ni Nicanor sin Violeta, repite un mantra en este libro tan singular) y mediante entrevistas y conjeturas personales Gumucio nos arma uno de las tantas constelaciones de la poesía chilena.
Tal vez la línea más productiva, la que va de Nicanor Parra, un lírico que encuentra poesía en la matemática y la física, que influencia de manera casi salvaje a Juan Luis Martínez y a Raúl Zurita. Una poesía que necesitó cambiar de piel para salir del atolladero del nerudismo y que encontró en el arte conceptual la posibilidad de emanciparse.
A Gumucio le gusta cómo habla Parra, lo transcribe porque siente que en ese habla tan singular está la potencia de la antipoesía: “¡Chuta la payasada!”, grita Parra. O “Noooooooo, eso sí que nooooo”, cuando se niega a aceptar algo. Un capítulo hermoso es ese en el que da cuenta de cómo y por qué se escribió el memorable poema El nombre imaginario. La mujer que lo inspiró se arrojó al vacío desde un octavo piso. De verdad.