“Borges llegó a negar la existencia del judaísmo”, me dice medio en broma un amigo, instándome a ver el material que dio pie a esa enunciación. Se trata de una entrevista hecha en Buenos Aires durante la dictadura para el ciclo Firing Line, a cargo del ultraconservador William F. Buckley Jr. Me asombra no haberla visto antes, pero quizás lo haya intentado sin éxito, porque arranca con la deplorable versión de Borges que apoya enfáticamente al gobierno militar. Quizás maduré o me he vuelto cínica, porque ahora disfruto sin un ápice de culpa o vergüenza ajena de los devaneos del maestro ante su interlocutor norteamericano. Con sus lapsus de semi tartamudez más controlados que en otros casos, revista varias veces su prosapia, ufanándose como siempre de la abuelita inglesa y de la ausencia de italianos en su árbol genealógico. En un momento añade “tengo también sangre judía, como todo el mundo” y en ese “como todo el mundo”, me explica luego mi amigo, que sí es judío, subyace la negación: “Si todo el mundo en alguna medida lo es, nadie lo es del todo, o todos lo somos un poco”.
La entrevista depara mucho más en materia de razas y nacionalidades porque, de cara a un yanqui, nuestro pollo pone el pie en el acelerador de su consabida anglofilia hasta borrar del mapa a sus siempre citados Góngora y Quevedo, para decir que Cervantes es el único autor importante en castellano, lengua que califica de “inferior a la inglesa”. Cuando Buckley le pide opinión sobre el nacionalismo, no vacila en afirmar que Argentina no tiene derecho a ejercerlo debido a que es una nación joven, mientras que “China, Japón, Europa o Estados Unidos” tienen la historia necesaria para hacerlo. Quizás por piadoso (o tal vez por maligno) el entrevistador no dice nada sobre la análoga juventud de buena parte de los países de América que Borges, precipitado en su menoscabo de lo propio, parece no columbrar. Matiza estas agachadas luciéndose con referencias al inglés antiguo que confunden a Buckley quien, en la medida en que avanza la charla, parece cada vez más focalizado en que su entrevistado lapide al comunismo, e insiste con la pregunta “¿Por qué la Unión Soviética no da escritores buenos como los de los tiempos de los zares?”. Borges responde con múltiples evasivas, cebándose en la negativa al advertir el interés del otro y clausurando del todo sus aspiraciones al decir que Neruda era un poeta malo al que su adhesión al comunismo salvó, pues esa “fe política” fue el combustible de una poesía memorable.
Pese a los desatinos y a la vocación de complacer al mercado angloparlante a través de la autohumillación y la omisión de datos, el indio que Georgie llevaba adentro terminó retobándose y probando que, bajo la capa de colonialismo político y heráldica de segunda mano, no había más que un simple argentino dispuesto a romper las pelotas.