Acabo de leer un artículo de Edgardo Mocca en Página/12 (19/5/2013) que me ha dejado estupefacto. Me consta que Edgardo es una persona honesta, combativa y optimista. Digamos, un optimista del presente político, un permanente del optimismo. Ahora milita en el kirchnerismo y, por supuesto, no necesito decir que es su derecho el adherir a la fuerza política que prefiera e incluso cambiar de partido cada vez que lo juzgue adecuado.
Pero hay algo que ni Mocca, ni yo ni nadie puede hacer: nadie puede por decisión propia olvidar sus opciones pasadas y, entre ellas, las iniciativas políticas que impulsó, las acciones que propició y/o las ideas que proclamó. Si se olvidan –lo que puede ocurrir–, será espontáneamente, sin habérselo propuesto. Pero ni el olvido (ni muchas otras cosas: enamorarse, entre ellas) puede ser fruto de una decisión.
Edgardo escribe en el citado periódico una opinión que titula “La agonía del progresismo”. El título me llamó de entrada la atención, porque se refería no sólo a un concepto sino también a una línea de intervención política que tuvo su hora allá por 2001 y 2002. Era un término muy utilizado para designar a algo así como la “izquierda posible” que surgía tras el fin del menemismo y que muchos consideraban encarnada –esto, Mocca lo dice– por el Frepaso de Chacho Alvarez. Tenía muchos simpatizantes en el ya desaparecido Club de Cultura Socialista, del cual Mocca era afiliado y había sido o era por entonces presidente. Y fue precisamente Mocca uno de los más entusiastas defensores, no ya del Frepaso sino de la Alianza, e incluso del candidato acordado, Fernando de la Rúa. Algunos socios del Club, pese a simpatizar con Chacho Alvarez, dudaban del “progresismo” de De la Rúa. Mocca se esforzaba, más de una vez con éxito, por disuadirlos. Recuerdo que, luego de la asunción del nuevo presidente, la comisión directiva y varios afiliados fuimos a la Casa Rosada. De la Rúa nos recibió, nos saludó y alabó la tarea de lo que llamó “el Club Social”.
La experiencia de la Alianza, como es sabido, tuvo un triste fin, con secuelas trágicas. Fernando de la Rúa debió renunciar en medio del repudio general –Alvarez lo había hecho poco tiempo atrás en un gesto aislado, sin plantear alternativas– y la Alianza se disolvió de un día para otro.
En su artículo, Mocca elogia lo que llama las “nobles negaciones” del progresismo: la de la “aventura militar”, “la del ninguneo de la democracia”, la del mesianismo determinista de la vieja izquierda, para luego enunciar acerbas críticas contra lo que queda del progresismo hoy: “… un progresismo –concluye– que no es más que un nombre elegante del conservadurismo”.
Con legítima intriga, me pregunto: ¿pudo Edgardo Mocca olvidar que, en su radio de acción, que iba más allá del solo Club, él fue una de las figuras señeras de ese progresismo? ¿Pudo olvidar que lo apoyó con firmeza y, en ocasiones, con entusiasmo? Sin duda, su artículo pretende ser una opinión “en general”, a vuelo de pájaro, pero en ella figuran nombres propios (el del Chacho, sin ir más lejos). No puedo defenderlo, por supuesto, pero quisiera poder explicarme ese “olvido”. Es incomprensible que un intelectual de su talla omita decir, respecto del triunfo de la Alianza: “Yo estuve allí, fui uno de ellos”.
Edgardo Mocca no es el único ejemplo de este borramiento de sus opciones políticas de años atrás. Lo expongo porque es el más notorio y, en cierta medida, el más sorprendente. Creo que en síntomas como el de su “olvido” subyace una creencia escondida y potente: la de concebir al kirchnerismo como un recomienzo absoluto, radical y fastuoso de la historia argentina.
*Profesor titular de la UBA e investigador del Conicet.