Esa tarde, después de tomar la leche, Joaquín esperaba, con más ansiedad que de costumbre, la llegada de su mamá. Apenas abrió la puerta la interpeló con una página impresa en la mano y orgulloso le mostró la información que solito, con sus 7 años, había bajado de Internet para la escuela. La foto enmarcaba una montaña de hielo y el cielo azul de fondo. El titular señalaba “La imponente belleza del Glaciar Perito Moreno”. Apenas unos segundos después, con tono dubitativo, le preguntó: “¿Será esto lo que querrá el profe que llevemos para hablar de lo que pasó el 24 de marzo?”. La madre quedó atónita. No entendía cómo llegó a tal información cuando el sentido común le indicaba que lo que ocurrió en Argentina un 24 de marzo fue el golpe militar de 1976.
Pero el Google, el buscador más utilizado por todos, no sabe de sentido común. Utiliza sistemas de búsqueda automatizados, rastrea palabras claves y toma en cuenta las entradas más frecuentes de cada usuario.
“Los chicos tratan al Google como si fuera un compañero, le hacen preguntas como si se tratara de una persona. No saben cómo funciona, le tienen confianza excesiva y esperan que les responda exactamente lo que buscan”, alertó la investigadora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) Flora Perelman, quien está a punto de plasmar su experiencia en un libro que Aique sacará a la venta este año.
El problema no es que los chicos confíen en los buscadores, sino que los profesores no les den orientación y les sugieran buscar en Internet, sin más precisiones.
La brecha de la brecha. Internet, que cumplió el año pasado cuarenta años, revolucionó las comunicaciones, las finanzas y la educación. En Argentina 20 millones de personas usan Internet, hay 12 millones que tienen Messenger y 5 millones usan la red social Facebook. Sin embargo, de los 18 millones de alumnos solamente el 30 por ciento tienen acceso en sus casas. Y menos de la mitad de las escuelas están conectadas, la mayoría (el 60%) no tiene banda ancha sino acceso por teléfono. Los números de la conectividad son sensiblemente menores en las escuelas públicas: uno de cada cuatro establecimientos tienen acceso, mientras que en las privadas la relación es uno cada dos.
La educación dejó ya hace treinta años de ser un factor propiciador de la movilidad social y la desigualdad se instaló en las escuelas, pese a las múltiples reformas educativas ensayadas. Esa brecha entre excluidos e incluidos está marcada hoy por la escuela a la que asisten, el barrio en el que viven, la música que escuchan, las lecturas que tienen, y cada vez más definida por las formas de acceso a las nuevas tecnologías.
Los especialistas hablan de dos nuevas brechas que se abrieron a partir de la universalización de Internet: los que acceden desde sus casas y los que lo hacen desde un ciber o en computadoras no propias y, por otro lado, la velocidad de la banda ancha que usan.
Argentina está además rezagada con relación al resto del mundo. Un abonado residencial puede llegar a tener dos megas o tres megas nominales con un abono de unos 30 dólares al mes, mientras que en París por menos acceden a diez megas y en Corea del Sur a sesenta. Es decir que las respuestas a las búsquedas de un estudiante argentino van a llegar siempre más tarde que a un francés o un coreano.
Así las cosas, la frontera de la exclusión se va ampliando. El investigador de la Universidad de San Andrés Alejandro Artopoulos señala que hace unos años la distancia era entre quién tenía o no correo electrónico. Hoy la frontera está más en relación con quiénes acceden a banda ancha de más de un mega. “En Uruguay se están planteando hacer un plan nacional de acceso a la banda ancha de bajo costo, un triple play popular, mientras que acá discutimos los beneficios del Estado de bienestar en la sociedad industrial, en un debate pre era de la información”.
Tecnología para todos, pero no igual. El acceso a la tecnología se convirtió para los jóvenes en un signo de distinción. “Los papás de los chicos de primer grado de una escuela muy pobre de San Isidro nos contaban que cuando las chicas cumplen 15 años juntan dinero entre varios para comprarle la computadora, así no van al ciber”, narró Perelman.
Internet es parte de la cultura de época. Se comprobó en algunas investigaciones que aún los chicos de primer grado que no tienen computadora, colocados frente a una pantalla, saben cómo usar el Explorer y acceder a juegos gratis on line.
Las clases populares tienen la ilusión puesta en las nuevas tecnologías, pero tienen otros usos. Por ejemplo no abren su propio e-mail, ya que no conocen su utilidad y además no tienen cómo chequearlo. “Usan el SMS como si fuera un mail, pero a la hora de buscar trabajo eso les trae problemas. No saben cómo subir su currículum al Boomerang o al Zona jobs. La escuela debería enseñar conocimientos mínimos de algorítmica que sirve para programar”, advirtió Artopoulos.
Pero para esto deberían cambiar algunas cosas. “La cantidad de colegios conectados a Internet con buen ancho de banda que utilizan el medio en el aula es bajísima: no más del 5 por ciento de las escuelas”, indicó Artopoulos. Lo más común es el modelo del gabinete, unas diez máquinas para treinta chicos que usan una vez por semana en la hora de computación.
Uno de los problemas centrales es que los maestros no cruzaron la barrera de la alfabetización digital. “Avanzamos mucho en los últimos años, pero en las capacitaciones se ve que el problema principal de los docentes es la alfabetización digital. Tienen temor a ser desautorizados por sus alumnos”, admite desde Educ.ar Patricia Pomies, a cargo de la gerencia del portal educativo del Ministerio de Educación de Nación.
“Se cree que los chicos tienen experiencia, pero sólo saben jugar o comunicarse, no entienden a qué se enfrentan cuando hacen una búsqueda. Hay que crear en la escuela el criterio de pertinencia y de confiabilidad de la información. Esto no ocurre tampoco cuando se usa un solo manual de texto”, dice Pelerman, quien sugirió a los docentes hacer argumentar a los chicos por qué eligen determinada página para buscar datos, como un ejercicio de reflexión necesario para formar estudiantes críticos.
A la hora de buscar en Internet queda en evidencia que lo hacen sobre la base de preconceptos a veces erróneos. Los más chicos piensan –narra la especialista– que la información que sacan de Internet “la puso la directora, la maestra o los padres”, no entienden qué significa una red global.
La curiosidad de los chicos es inagotable, sacarle el jugo al máximo a esa cualidad es una de las principales tareas de un maestro. Todo aprendizaje trae consigo una cuota de frustración que, según la psicología evolutiva, puede ser una experiencia útil para el crecimiento. Sin embargo, nadie lanzaría al vacío a un niño en paracaídas sin enseñarle a usarlo para que experimente la frustración, salvo que se tratara de una emergencia.
Tal vez haya llegado la hora de que la escuela argentina deje de anunciar cambios y lamentarse, en estado de crisis permanente, para empezar a construir presente.