COLUMNISTAS
POR QUE LOS VISITANTES ARRASAN Y LOS LOCALES? PIERDEN COMO EN LA GUERRA!

Buen momento para invadir

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“Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
—No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.”

De “Casa tomada” (1951), Julio Cortázar (1914-1986)

Dicen que jugar de visitante te quita presión, obligaciones, angustias. Te da espacios, tiempo, la oportunidad de especular con el nerviosismo del dueño de casa, libertad, independencia. Sobre el césped vemos a once contra once, sí, pero en el fútbol, como en la vida, la totalidad siempre es más que lo evidente, lo que muestra la tele.

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El conmovedor aliento de las masas adictas, más que una ventaja, es hoy una mochila de plomo para los protagonistas, una especie de virus que endurece los músculos y obnubila la mente. Sobre todo cuando el geist de esa simpática marea muta en un monstruo sanguinario que exige cortar cabezas si no se cumple “el objetivo”. Ganar. Ganar por los colores y para darle sentido a un montón de existencias vacías. No es un detalle menor esta dramática necesidad, colegas. Explica muchas cosas.

Los equipos no son perfectos, claro. Y cuando cometen la imprudencia de no ganar ellos, como indignados peroncitos, hacen sonar el escarmiento. “¡Esto es Boca (o River, o Cambaceres, lo mismo da), eh…!”, advierten furiosos, cosa que el infiel se despabile rápido. La ecuación es simple: “Ganás o sos boleta”.
Invitado por mis amigos del diario deportivo Olé, escribí durante algunas semanas unas columnitas sobre Racing. En la última, cometí un pecado mortal y fui condenado por centenares de foristas que me insultaron hasta en arameo. ¿Qué cosa tan grave hice? Fui crítico.

Dije que el equipo era un proyecto, un adolescente en etapa de crecimiento. “Racinguito”, me atreví a llamarlo irónicamente. ¡Para qué! Me querían matar. Es que el fanático –presentado como un personaje “simpático” por los medios–
no piensa, no duda, no le importa nada: sólo quiere ganar y burlarse del otro. Esa es su dialéctica, y aquel que la refute será aplastado como un gusano.

Muy bien: multipliquen mi inocente anécdota por un millón si hablamos de un futbolista. ¿Cómo no jugar condicionado por la lógica demencial de estos babeantes?
Los rivales aprovechan la situación de estrés para obtener su ventaja. Y ganan. No es casual que esta epidemia de victorias de equipos visitantes suceda justo cuando, por razones de seguridad, el público que los sigue tiene menos presencia en la tribuna. Buen detalle, ¿no? La ecuación es simple: a menos energúmenos martillándoles la cabeza a los jugadores, mejor rendimiento.
No son buenos tiempos para jugar en cancha propia. Boca da lástima en la mismísima Bombonera; Racing, Colón, Gimnasia y Estudiantes también coleccionan derrotas en sus otrora inexpugnables fortalezas, y hasta el todopoderoso Madrid fue bailado en el Bernabéu.

¡Wow! Se acabaron los intocables, parece. Por eso debemos valorar en su justa medida la decisión de Mauricio Macri, que abandonó la inabarcable geografía nacional y se refugió en su casa, bien de local, para intentar la reelección, su segundo título consecutivo. Un audaz.

La Ciudad de Buenos Aires, convertida en una Primera B Metropolitana donde se amontona el candidataje de segunda mano al que no le dio el pinet, finalmente será el único torneo con final incierto, cierta equivalencia, partidos parejos y una finalísima a todo o nada. ¡Vamos todavía! ¿Mi deseo? Que gane cualquiera que evite otra imitación de Freddy Mercury, con o sin ingesta de bigote. Uno tiene sus límites, digamos… estéticos, compatriotas. Sepan comprender.

Tampoco le fue bien a Osama bin Laden que, diez años después de dar la vuelta en Nueva York con ayuda de algún asistente que no levantó la banderita, fue eliminado de local, sin pena ni gloria y sin oponer demasiada resistencia –al menos eso dice el guión de la confusa versión oficial–, quizá aburguesado por los viejos éxitos, como los ricos players de Mourihno. El líder de la eufórica hinchada visitante prometió: “El mundo será un lugar mucho más seguro ahora”. Glup. ¿En serio? Mirá vos qué bien, che. Se agradece.
Parece que no había tiempo ni espacio en el prime time televisivo para un torneo largo como aquel de Eichmann en Jerusalén, ni mucho menos para leer cosas como La banalidad del mal, de Hannah Arendt. Má’ sí: todo es rápido, hoy. ¡Bang, Bang! Y chito la boca.

Eso sí: ocultar las fotos del ilustre derrotado fue todo un detalle. No quieren generar violencia y eso está muy bien. ¿Los otros masacrados en primer plano? Ah, esos no joden. Jugaban en Reserva, sin contrato, igual que esos bocones de la barra de Guantánamo, bla, bla, bla, que no tienen aguante y menos si hay tortura. En fin. Así son las cosas en las Grandes Ligas, sea quien fuere el técnico.

Ojo si alguna vez nos toca jugar contra ellos, compatriotas. Te liquidan, estés donde estés y juegues como juegues, y después le sonríen al mundo, emocionados, mientras reparten flores, descubren placas y te filman una película que lo explica todo y gana un Oscar. Fah… Unos campeones, los tipos. ¡Qué jugadores!
Qué bárbaros.