José Millán-Astray fue un militar español partidario del falangismo, creador del grito fascista “Viva la muerte”, que cobró notoriedad por su enfrentamiento con Miguel de Unamuno en un simposio realizado en la Universidad de Salamanca en 1936, al que habían asistido personalidades franquistas. Durante el encuentro, Millán-Astray agitó a los jóvenes con consignas falangistas luego de que Francisco de Maldonado pronunciara un discurso en que calificó a Catalunya y las Vascongadas como “cánceres en el cuerpo de la nación”, a los que “el fascismo, que es el sanador de España, sabrá cómo exterminar”. Luego, el propio Millán-Astray agregaría: “Muera la intelectualidad traidora” y “Viva la muerte”. Alarmado, Unamuno, que presidía la mesa, declaró que “éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España”.
Razón y derecho en la lucha parecen dos elementos presentes en la posición argentina en su enfrentamiento con los fondos buitre. El desacato dispuesto por el juez Griesa es un verdadero sinsentido jurídico, que sólo evidencia su respaldo al acoso judicial de los holdouts y un boicot a la estrategia de pagar a los bonistas del canje bloqueados. A su vez, el fallo contradice el derecho internacional –al vulnerar la igualdad soberana y jurídica de los Estados–, y elude el hecho de que Argentina no puede acatar una sentencia que viola su propio ordenamiento legal, al atentar contra decisiones soberanas en materia financiera (el canje de deuda de 2005 y 2010). Sin embargo, periodistas, políticos y economistas locales continúan presionando por el acatamiento global de la sentencia y la cancelación en un solo pago del capital al ciento por ciento más intereses. Cipayismo en estado puro, otra vez.
A lo largo de la historia del ejercicio peronista de la administración pública, la aparición de sectores alineados con objetivos foráneos por sobre políticas que pudieran fortalecer la soberanía nacional ha sido una constante. Que dichas posiciones hayan sido acompañadas por la violencia militar, la persecución y la proscripción habla del carácter democrático del justicialismo, que desplegó sus programas económicos, sociales y culturales con el respaldo electoral y emocional de vastos sectores de la sociedad, particularmente los más humildes. A su vez, el peronismo fue receptor de los más viles ataques retóricos, como el “Viva el cáncer” frente a la enfermedad de Evita, las celebraciones por la muerte de Néstor Kirchner, o las acusaciones de que Cristina Fernández sufre de desbalances de orden psiquiátrico.
Hoy, la lucha entre la Argentina y los fondos buitre ha hecho resurgir dos fenómenos antiperonistas particularmente preocupantes: por un lado, el respaldo –por parte de actores de la oposición– a posturas contrarias al interés nacional (como sería el pago del monto total pretendido por los holdouts, tirando por tierra el proceso de reestructuración de la deuda) con el nimio objetivo de debilitar al gobierno nacional; por el otro, la alianza entre sectores económicos y mediáticos concentrados, que desplazados de sus posiciones hegemónicas, se alinean detrás de poderes extranjeros para reconquistar el terreno perdido frente a un proyecto nacional, popular y transformador.
Lamentablemente para ellos, varios factores permiten pensar que sus expectativas no van a ser satisfechas. En primer lugar, el fenomenal proceso de transformación y ampliación de derechos vivido durante los últimos once años ha inspirado a una nueva generación de militantes y dirigentes, que han levantado como propias las banderas históricas del peronismo reivindicadas por Néstor y Cristina Kirchner. En segundo lugar, sólo una fuerza –el oficialismo y sus aliados– puede enfrentar las próximas elecciones con una pluralidad de candidatos y cuadros políticos que demostraron pertenencia, gestión y lealtad cada día (el opuesto perfecto del “fin de ciclo”). Finalmente, la propia toma de conciencia por parte del pueblo, que incluso frente a las operaciones de desinformación opositoras, conoce ahora el significado del trabajo diario, la inclusión social y un Estado presente.
A veces, como le sucedió a Unamuno, parece inútil pedir a ciertos sectores que piensen en la construcción de una patria más justa. Pero para eso estamos –estuvimos y estaremos– quienes nos identificamos con los valores del peronismo. Pues como dijo el general, “la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación se fundan en la justicia social, la independencia económica y la soberanía política”. Bien vale continuar recordando estas palabras frente a los buitres de afuera, y sus aliados de adentro.
*Secretario político del Movimiento de Unidad Popular (MUP).